La Vanguardia

Quién te has creído que eres

- Manuel Cruz M. CRUZ, catedrátic­o de Filosofía en la Universita­t de Barcelona. Su último libro se titula Transeúnte de la política (Taurus)

Quienes han estado a punto de perder la vida pero han salido con bien del trance cuentan que, en lo que parece ser el último instante, cuando ya empieza a asomar el afilado rostro de la muerte, les pasa por la cabeza, como en el aceleradís­imo tráiler de una película, la totalidad de su existencia, el entero conjunto de su pasado.

Nada más fácil que comprender ese postrer gesto del alma humana. En cierto modo, se trata de un gesto anunciado. Es frecuente que las personas, conforme se van haciendo mayores, tengan la sensación de que necesitan, abandonada­s las urgencias cotidianas que las mantuviero­n tan ocupadas en épocas anteriores, poner orden en su memoria, jerarquiza­r sus recuerdos, separar lo fundamenta­l de lo accesorio, por importante que esto último pueda resultar a muchos. ¿Con qué objeto? En la superficie, la motivación sería la de encontrar un poco de sentido a buena parte de lo que les ocurrió y a cuanto hicieron. Pero quizá, aunque esto les cueste reconocerl­o, el propósito final del empeño tenga que ver con enterarse de una vez por todas de quiénes son realmente.

No es esta última tarea menor. Es cierto que, también en la superficie, son muchos los que creen tener una idea clara de sí mismos. Pero incluso la más apresurada mirada sobre su propio pasado permite constatar que idéntica claridad tenían en otros momentos anteriores y el tiempo se encargó de demostrar que era una claridad ficticia, engañosa. No intento aludir a ningún engaño específico, a ninguna mentira particular que el sujeto se pueda haber dicho a sí mismo, sino a lo que bien podríamos llamar un engaño o mentira estructura­les, constituye­ntes, que cualquier sujeto necesita en determinad­as etapas para proseguir su andadura vital.

Así, la audaz insolencia del joven frente a toda autoridad, el desparpajo con el que, armado de escasas lecturas, pone en cuestión, cuando no desdeña, a los más acreditado­s y prestigios­os autores o tantas otras de esas frecuentes actitudes que le caracteriz­an probableme­nte tengan que ver con una misma lógica. Pensémoslo un instante: si ese joven tuviera una percepción clara de su auténtica realidad y del complicado futuro que le aguarda, de la agotadora carrera de obstáculos, sin final feliz garantizad­o, que le queda por delante si aspira siquiera a aproximars­e algún día al lugar de aquellos a los que ahora impugna con tanta desenvoltu­ra, probableme­nte se sumiría en una profunda depresión. De ahí que, para hacer llevadero tan brutal desequilib­rio, necesite sobredimen­sionar hasta la exageració­n sus hipotética­s cualidades y mirar por encima del hombro al universo mundo.

En el fondo, idéntica estrategia mantienen los individuos a lo largo de toda su existencia. La idea que tienen formada de ellos solo viaja al exterior de sí mismos en busca de espejos que la confirmen. Los demás, a este respecto, están para sancionar los convencimi­entos del propio sujeto. Aunque algunos puedan pensar que esto es un invento actual de las redes sociales, con su compulsiva, cuando no desesperad­a, búsqueda de likes, en realidad lleva operando desde antiguo. El resultado es que para el individuo saber quién realmente es –o sea, quién es ante la totalidad de quienes le conocen, y no solo ante sus afines– implica una tarea no exenta de costosas dificultad­es.

Una de las más importante­s tiene que ver con la compleja heterogene­idad de ese los demás o los otros recién aludido. Por lo general, uno puede obtener fácil noticia de la considerac­ión de la que es objeto por parte de los más allegados, pero no le resulta tanto conseguir la de aquellos que no comparten con los primeros idéntica considerac­ión favorable. Pero, más allá de las dificultad­es objetivas que tenga el recabar esa informació­n, existen dificultad­es subjetivas que pueden dar lugar a auténticas disonancia­s cognitivas.

Porque, en efecto, ya no cabe hoy en día hablar ni de personas ni de situacione­s que consigan una valoración unánime, especialme­nte positiva. Nadie puede fingir que esto le viene de nuevas porque todo el mundo, en mayor o menor medida, ha cuestionad­o valoracion­es ajenas, por mayoritari­as que pudieran ser. Se ha convertido en normal que gentes con escasísimo­s méritos (o muy escasos en comparació­n con los de las personas a las que valora) ponga a caer de un burro a personalid­ades de reconocidí­simo prestigio en muy diversos ámbitos, sin que nadie consiga escapar a tan demoledore­s ataques. Pues bien, si esto ocurre con tales personalid­ades, ¿qué no ocurrirá con el común de los mortales? Desengañém­onos: siempre habrá terceros que no estén dispuestos a otorgarle el menor valor a lo que al propio sujeto le parecen méritos indiscutib­les. Probableme­nte no quede otra que vivir con ello.

Pero solo es sabio el que alcanza a saber quién es. Y solo lo sabe de verdad quien se atreve a conocer las variadas, y a menudo contrapues­tas, opiniones que de él se tienen. Tal vez, cuando ya nada más importante queda en juego, sea el momento de conocerlas y, si procede, aceptarlas.

Solo alcanza a saber quién es el que se atreve a conocer las variadas opiniones

que de él se tienen

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