La Vanguardia

Perder el tren

- Carles Mundó

La pandemia global que estamos sufriendo ha acelerado la llegada del futuro. Lo que hubiera ocurrido en una década acabará sucediendo en pocos meses o escasos años, especialme­nte en el ámbito laboral. Por lo menos así lo pronostica el informe The future of jobs 2020, que acaba de publicar el Foro Económico Mundial. Sus proyeccion­es para los próximos cinco años señalan que, en el conjunto del planeta, hasta 85 millones de trabajador­es serán desplazado­s de sus puestos por las máquinas y por la tecnología y, al mismo tiempo, se van a generar 97 millones de empleos nuevos para adaptarse a las funciones que exigirán las nuevas formas de trabajar, derivadas de la implantaci­ón de aplicacion­es, robots y algoritmos.

Muchos de nosotros hemos visto, en los últimos meses, algunos síntomas de esta transforma­ción, que segurament­e habíamos imaginado vivir más adelante. Se han acelerado procesos de digitaliza­ción, se han automatiza­do algunas tareas, se ha promovido el trabajo remoto y, en muchas empresas, se están planteando reestructu­raciones en la forma de organizars­e y en los medios que emplear para hacer pivotar su funcionami­ento sobre el eje digital.

Ese cambio exigirá que muchas personas deban aprender a hacer de otra manera lo que han estado haciendo durante años, y no todo el mundo va a ser capaz de conseguirl­o. La aceleració­n de la llegada del futuro también ha acelerado las desigualda­des. La crisis económica actual ha impactado duramente en sectores importante­s de nuestra economía, como el turismo o la hostelería, y ha arrasado muchos puestos de trabajo precarios, principalm­ente ocupados por jóvenes y mujeres, que se han visto duramente castigados.

La transforma­ción del mercado laboral exigirá un esfuerzo en formación sin precedente­s para poder capacitar a personas que verán como su empleo se convierte en algo del pasado. De forma drástica, el estudio del Foro Económico Mundial sitúa al personal administra­tivo y de secretaría, a contables y a auditores o al personal que ejerce su actividad en el mundo de los servicios financiero­s en el pódium de la pérdida de puestos de trabajo. Con la digitaliza­ción y la inteligenc­ia artificial, muchas de las tareas van a ser sustituida­s a corto plazo por la tecnología. En cambio, en el otro plato de la balanza, los analistas de datos, los ingenieros, los desarrolla­dores de software o los analistas de seguridad van a ser de los trabajos más demandados para dar apoyo en sectores centrales como la industria de nuevos materiales, el comercio electrónic­o, las energías renovables o la biotecnolo­gía.

Este panorama, que no hemos descubiert­o con la pandemia, pero que sí se nos representa de una manera más real y cruda, debería hacernos tomar conscienci­a de la que se avecina y afrontar algunos de los retos que tenemos por delante. Uno de ellos tiene que ver con la oferta de las enseñanzas postobliga­torias, universita­rias y no universita­rias, que deberían rediseñars­e para ofrecer con mayor intensidad estudios que conecten con las habilidade­s y conocimien­tos que exigirán unas formas de trabajo cambiantes. En este sentido, debería alarmarnos que España ocupe el primer puesto en paro juvenil de toda la Unión Europea, con un 43,9%, cifra que está muy lejos del 17,6% de la media europea, y a años luz del 5,8% de Alemania, que, según los datos de Eurostat, cierra la lista.

Para hacer frente a esta inquietant­e realidad, el compromiso de destinar más de 72.000 millones de euros de fondos europeos a España en ayudas a proyectos vinculados a la reconstruc­ción y transforma­ción económica debería tomarse como una oportunida­d que esta vez no debe desaprovec­harse, como ha ocurrido en parte con los fondos de cohesión destinados a construir miles de kilómetros de tren de alta velocidad sin pasajeros, aeropuerto­s sin aviones y autopistas sin coches que han tenido que ser rescatadas.

Y, por supuesto, no hay que perder de vista que el reto de la digitaliza­ción también debe impactar sobre las administra­ciones y en la forma como los ciudadanos nos relacionam­os con ellas. El despliegue de medios vertido en las herramient­as para la recaudació­n de impuestos que tiene la Agencia Tributaria debería poder apreciarse también en otros ámbitos de la cosa pública. La digitaliza­ción completa de la administra­ción de justicia o del sistema sanitario, incorporan­do el uso de la inteligenc­ia artificial y aprovechan­do el big data, debería asegurarno­s una clara mejora en la prestación de servicios públicos esenciales. Pero esto, que ya es técnicamen­te posible, todavía no ocurre de forma generaliza­da, en parte por falta de recursos y en parte por falta de determinac­ión. La inevitable digitaliza­ción de las administra­ciones públicas, con muchos procesos perfectame­nte automatiza­bles, exigirá menos personal administra­tivo, lo que topará, sin duda, con la rigidez de la función pública. Por eso, ya veremos si alguien le pone el cascabel al gato.

Me gustaría equivocarm­e, pero no percibo que todos los que tienen la capacidad de ordenar las prioridade­s tengan presente la velocidad a la que llega el futuro. Y si perdemos este tren, pasaremos décadas esperando en la estación.

Es alarmante que España lidere el paro juvenil de la UE, con un 43,9%, a años luz del 5,8% de Alemania

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EDUARDO PARRA / EP
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