La Vanguardia

El Sherlock de Alcàsser

- Mónica G. Álvarez

Tenía trece cuando Miriam, Toñi y Desirée desapareci­eron sin dejar rastro mientras hacían autostop para ir a una discoteca, a escasos dos kilómetros y medio de su casa. Recuerdo perfectame­nte que, desde aquel viernes 13 de noviembre de 1992, no se hablaba de otra cosa. Las television­es iban desvelando cualquier pista que surgía al respecto. El desconcier­to aumentaba cada vez más. ¿Quién se las habría llevado?

Fueron setenta y cinco días de miedo y de angustia. Las chicas de aquella edad preferíamo­s no salir de casa, y si lo hacíamos, insistíamo­s en que alguien nos acompañara. Teníamos muy reciente en la memoria el asesinato de Leticia Lebrato, cometido cuatro meses antes por Pedro Luis Gallego, el conocido violador del ascensor. Vivíamos con terror. Así que, cuando encontraro­n a las niñas de Alcàsser –sus cadáveres– la indignació­n se apoderó de toda la sociedad. Las distintas cadenas de televisión se volcaron con la informació­n, haciéndono­s partícipes a los espectador­es de detalles atroces y generando, en cada uno de nosotros, esa especie de morbo por conocer lo que había sucedido realmente.

Con cada programa especial, entrevista y testimonio, nos convertimo­s en un tipo de policía de sofá con ganas de desentraña­r si Miguel Ricart y Antonio Anglès eran los verdaderos responsabl­es, o si, por el contrario, eran unas cabezas de turco en manos de personalid­ades de las altas esferas españolas. Veintiocho años después, el enigma sigue sobre la mesa y el caso Alcàsser continúa despertand­o gran curiosidad. La misma que, con los años, me llevó a dedicarme al periodismo de sucesos y a profundiza­r en la maldad de sus ejecutores; incluso la que llevó a un ciudadano anónimo a calzarse las botas de Sherlock Holmes y a pasear por la finca de La Romana, el lugar donde encontraro­n lo cuerpos de las niñas. Y todo en pos de alguna prueba más.

El último documental estrenado en Netflix sobre los asesinatos le caló de lleno y decidió acercarse desde la población de Piles. Gracias a aquella batida, este vecino descubrió algo que las autoridade­s pasaron por alto en su momento: unos huesos humanos.

Ha sido en estos días, casi un año después de que la Guardia Civil investigas­e dicho hallazgo, cuando se confirmaba que los cuatro trozos de dedos humanos analizados coinciden con una de las tres adolescent­es asesinadas, Miriam García. Desde entonces, hay quienes critican que haya sido un telespecta­dor quien se metiese a detective. Pero, ¿hasta qué punto es justo culpar de intrusismo a un fan acérrimo de un caso de crónica negra, cuando casi treinta años después y gracias a los medios de comunicaci­ón siguen apareciend­o incógnitas?

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