La Vanguardia

Una noche en la única ópera del mundo

El Real se erige en faro mundial con su impactante ‘Rusalka’

- Maricel Chavarría Madrid

Una impactante Rusalka, la célebre ópera de Antonin Dvorák, ponía de nuevo anoche al Teatro Real bajo los focos de la comunidad lírica internacio­nal. En pleno segundo cierre generaliza­do de teatros y restaurant­es a causa de la pandemia, la ópera de Madrid vuelve a ser prácticame­nte la única de primera línea que sigue adelante. El resto del mundo la mira, se pregunta cuál será el secreto, cómo ha conseguido Madrid no empeorar sin endurecer las medidas sanitarias.

“Es en las tempestade­s que se reconoce a los grandes capitanes”, publicaba la francesa Opéra Magazine aludiendo al compromiso que ha demostrado Joan Matabosch, el director artístico de la casa, no saliéndose de la norma pero tampoco de su objetivo: hacer ópera. “Merece todos sus galones por el modo en que ha hecho frente a esta crisis sanitaria”, aseguran.

Porque en esta ocasión no se trata de una Traviata de emergencia y distancia de seguridad como la que sirvió al Real para retomar antes que nadie la actividad el pasado julio. Ni se trata del Ballo enmascarad­o con el que inauguró la temporada. Esta Rusalka es una producción con todas las de la ley, con una dramaturgi­a ambiciosa que convierte el lago de la Sirenita de Andersen (el cuento en el que se inspira) en un viejo teatro abandonado, y a las hadas acuáticas en bailarinas de una troupe marginal. Una producción que cuenta con cantantes que superan con nota el difícil regreso, empezando por la soprano Asmik Grigorian convence en su papel de Rusalka, el hada que se enamora del príncipe cazador y anhela “ser humana y vivir bajo el radiante sol”. Y lo es tanto en lo vocal como en lo actoral y casi en lo dancístico, pues ha aprendido a manejarse con las zapatillas de ballet para dar vida a un hada que al principio atrapada en “esos abismos” cojea pero que al convertirs­e en humana gracias a la bruja Jezibaba recobra las dos piernas al tiempo que pierde la voz. O mejor dicho, resulta inaudible a los humanos, el peor de los castigos tratándose de una ópera, aunque su vis de bailarina es pertinente, pues se expresa con el baile.

El montaje que la sociedad madrileña vio anoche en el Real es impactante, que no efectista. El director de escena Christof Loy saca su afilado bisturí para hurgar en los aspectos psicológic­os de los personajes y logra un buen equilibrio entre el cuento fantástico y la tragedia. La tragedia no ya de la muerte a la que está condenado el príncipe de Rusalka por el hecho de haberla amado y rechazado, sino la tragedia de una existencia banal, la del mundo humano, en la que los objetos eróticos son –y en esta dramaturgi­a de Loy hay sexo a raudales– constantem­ente consumidos y reemplazad­os, mientras Rusalka –“¿por qué es tan frío tu abrazo?, le pregunta su príncipe–, se siente totalmente fuera de lugar, azorada, asqueada, desolada...

Rusalka, la ópera más conocida

del repertorio checo que fue estrenada en 1901 –fecha interesant­e pues Giacomo Puccini o Richard Strauss ya escribían sus óperas–, supone además el último grito del romanticis­mo del país eslavo antes de que Janácek abriera el camino de la modernidad con Jenufa. Un romanticis­mo que está especialme­nte bien jugado en esta coproducci­ón del Real que se verá en futuras temporadas en el Liceu y Les Arts de Valencia. Esta Rusalka evoca el ideal de los ballets (Dvorák era tan amigo de Wagner como de Chaikovski) con las Willies absorbiend­o al príncipe en un abismo mágico.

Ni los extras ni el elenco, con la espectacul­ar Karita Mattila rodeada de bailarines cachas, está sujeto ni a distancias de seguridad ni a mascarilla­s. Al contrario, abundan los morreos y magreos. Para ello han tenido que someterse todos a constantes test, con las molestias en las cavidades nasales para los cantantes. La suerte –y la actitud responsabl­e– han propiciado que no haya que recurrir a covers. Aunque también es cierto que las desgracias no parecen llegar solas. A cuatro días del estreno, el tenor estadounid­ense Eric Cutler (el príncipe) sufría una rotura de tendón de aquiles ensayando, así sin más, por lo que tuvo que ser sometido a cirugía. Y a pesar de las recomendac­iones médicas de usar silla de ruedas, quiso seguir adelante con su papel. Algo con lo que Loy estuvo de acuerdo y adaptó las entradas y salidas de es

cena. Algo que el Real ve además como una declaració­n de intencione­s: siempre es posible seguir adelante. El príncipe ya no subiría en brazos a Rusalka. No deambularí­a como el apuesto galán, pero se las ingeniaría para apoyar la rodilla a una silla o para implorar el amor de Rusalka postrado ante ella... No importaba que ya que entre las suyas y las de Rusalka sumaran cuatro muletas.

Tras casi cuatro horas de ópera y aun con el toque de queda acechando, el público del Real respondió con generosos aplausos. Y eso que Ivor Bolton había sorprendid­o a todo el mundo deteniendo abruptamen­te la función a 40 minutos del final. El director musical dijo en inglés que había un problema técnico de coordinaci­ón con la amplificac­ión del coro, y que había que arreglarlo, lo que sucedió en breves minutos. Cosas que pasan en la ópera.

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MONIKA RITTERSHAU­S / EFE Rusalka (Asmik Grigorian) desea abandonar los abismos para convertirs­e en humana, pero se encuentra con una sociedad banal de compulsivo consumo erótico
 ?? TEATRO REAL ?? Cojera solventada. El tenor Eric Cutler disimulaba ayer su rotura del tendón de aquiles, pero llevaba muletas como el personaje de Rusalka
TEATRO REAL Cojera solventada. El tenor Eric Cutler disimulaba ayer su rotura del tendón de aquiles, pero llevaba muletas como el personaje de Rusalka
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