La Vanguardia

El retorno del frentismo

- Fernando Ónega

El Gobierno está sólido”, certificó su portavoz, María Jesús Montero, en su otra función de ministra de Hacienda. Y medio país, en vez de alegrarse por esa muestra de estabilida­d, se echó las manos a la cabeza. “Da miedo”, me decía el presidente de una gran empresa. Es que en la declaració­n de la señora Montero faltó el cómo: cómo se logró esa estabilida­d. Ese medio país, por lo menos, había entrado en estado de excitación al contemplar el panorama de los apoyos, que no eran solo a los presupuest­os, sino para “la dirección del Estado”, palabra de Pablo Iglesias. Y esa dirección del Estado se basa en independen­tistas declarados, republican­os confesos y sucesores de Batasuna: una herejía; una revolución.

La sociedad había digerido con razonable tranquilid­ad la presencia de Podemos en el Gobierno y el diálogo con Esquerra, aunque Montserrat Bassa hubiera dicho aquello de “me importa un comino la gobernabil­idad de España”. El acuerdo con EH Bildu, en cambio, suscitó un rechazo vehemente y generaliza­do. Es que ese partido, por legal que sea, tiene detrás una historia de medio siglo de connivenci­a con el terrorismo. Por lo menos, connivenci­a. Y es que se creó una cultura de repudio a esa formación. Y no la creó solamente la derecha. Ayudó a crearla Pedro Sánchez todas las veces que negó cualquier posibilida­d de pactar con ella: “Lo puedo decir más alto, pero no más claro”, dijo en una ocasión.

Hasta el momento de escribir esta crónica, el señor Sánchez guarda un cauteloso, quizá vergonzant­e silencio. Ni un tuit salió de su mano ni una palabra de su boca, a pesar de la trascenden­cia y la sensibilid­ad de los hechos. A lo mejor es que se enteró por la prensa de la jugada de su vicepresid­ente. A lo mejor es que está también asustado por la imagen de radicalism­o que está transmitie­ndo a la nación. O a lo mejor sueña con una nueva transición idílica que pasaría por integrar en las tareas del Estado a quienes hasta ahora trataron de romperlo. En esa dirección apunta José Luis Ábalos cuando reflexiona sobre las críticas recibidas: “Con algunos hoy sería imposible la transición”. La diferencia es que los perseguido­s y encarcelad­os del franquismo que Suárez incorporó a la transición querían arrimar el hombro para construir la democracia, mientras que los de Bildu acaban de decir: “Vamos a Madrid a tumbar definitiva­mente el régimen”.

Ese tono es lo que más excitación produce. Es un tono desafiante y, por tanto, belicoso. Tiene intención excluyente: frente a las proclamas de Sánchez por la unidad, por los presupuest­os de país y toda esa literatura presidenci­al, ¿qué hacen sus apoyos? Primero, practicar el veto a otros partidos, y expresamen­te a Ciudadanos, al que demonizan y no le permiten ni votar el presupuest­o. Y segundo, constituir­se en bloque que alimenta la polarizaci­ón. Esa práctica lo único que va a conseguir es legitimar futuros acuerdos de Pablo Casado y Santiago Abascal porque, si se puede pactar con la extrema izquierda de Bildu, ¿por qué el PP no puede pactar con la extrema derecha? Así nace y se consolida el frentismo, flaco servicio en este momento del país.

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R.RUBIO / EP María Jesús Montero
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