La Vanguardia

Trumpismo con Trump

- Manuel Castells

La ruptura social y tal vez institucio­nal de Estados Unidos es grave, con lo que ello implica para el mundo. De entrada, más de 72 millones de ciudadanos han votado por Trump, tras cuatro años de conocer al personaje. Es el segundo mayor número de votos obtenido por un candidato presidenci­al en el último medio siglo, bastante más que Obama. Claro que el volumen de voto más alto es el obtenido por Joe Biden y Kamala Harris, con casi 78 millones. Ha habido una extraordin­aria movilizaci­ón política (más de dos tercios del electorado) en ambos lados.

Tras una campana acrimonios­a y trufada de fake news e insultos por parte del candidato republican­o, y marcada por la presencia amenazante de grupos armados frente a algunos locales electorale­s, Trump se niega a reconocer su derrota y denuncia fraude electoral con una retahíla de demandas judiciales en diversos estados. Confiando en que alguna llegue al Tribunal Supremo, donde hay una mayoría conservado­ra de seis magistrado­s contra tres. Pero hay más. Un 70% de los votantes inscritos como republican­os piensan que ha habido fraude. Destacados líderes republican­os, en particular Mitch Mcconnell, presidente del Senado, apoyan a Trump en su actitud y piden recuentos y control judicial de los resultados, porque saben que su base electoral sigue siendo trumpista en su mayoría. Y hay un largo camino hasta el 14 de diciembre, fecha en que los estados elegirán el Colegio Electoral, o sea, los representa­ntes de cada estado, que solo entonces designaran al presidente. En principio, siguiendo los resultados del voto, pero tras superar varios trámites.

Primero hay varias peticiones de recuento por parte de Trump en los seis estados decisivos para la elección. No es probable que el recuento altere los resultados porque en veinte años ningún recuento los ha cambiado con diferencia­s de más de 1.500 votos. Y la ventaja de Biden es de 12.000 votos en Arizona, 14.000 en Georgia, 20.000 en Wisconsin, 36.000 en Nevada, 48.000 en Pensilvani­a y 146.000 en Michigan. Los secretario­s de Estado de cada estado suelen ser los que controlan este proceso. Y aunque sean republican­os no parecen estar por la labor, por ejemplo, Brad Raffensper­ger en Georgia ordena el recuento por imperativo legal, pero considera que no cambiará el sentido del voto. En el estado más disputado, Arizona, con gobernador republican­o, la secretaria de Estado, Katie Hobbs, es demócrata y ha negado que haya fraude.

Pero una vez superados los posibles recuentos, todavía tienen los estados que certificar los resultados el 8 de diciembre. Michigan, Wisconsin, Pensilvani­a y Nevada tienen gobernador­es demócratas y es difícil que no reconozcan los resultados. Sin embargo, hay dos magistrado­s del Supremo, el controvert­ido Brett Kavanaugh y Neil Gorsuch, que sostienen que la decisión final sobre el Colegio Electoral debe quedar en manos de los parlamento­s de cada estado, en contra de la práctica habitual. Si a estos dos magistrado­s se unieran tres más, la mayoría conservado­ra podría imponer su criterio. De modo que los parlamento­s estatales podrían incluso elegir delegados trumpistas en lugar de demócratas si estiman que ese es el sentido del voto. No es seguro que los parlamento­s, incluso republican­os, se apunten a esa posibilida­d. Por ejemplo, el líder republican­o del Senado de Pensilvani­a,

Jake Corman, sostiene que hay que respetar el resultado del voto certificad­o por la secretaria de Estado. En suma, el procedimie­nto de elección de los delegados del Colegio Electoral para cumplir con las reglas establecid­as tendría que evitar escollos judiciales, de certificac­ión de los secretario­s de Estado y de los parlamento­s estatales. Sabiendo que cualquier bloqueo legal podría acabar en el Tribunal Supremo, cuyas decisiones son, en este caso, tan impredecib­les como irrevocabl­es.

Cuando Trump reitera que las elecciones no han terminado, sabe de qué habla. Aun así, si el 20 de enero Biden es investido presidente, los Trump (a los que tal vez tenga que desahuciar el servicio secreto de la Casa Blanca) empezarían a planear la elección del 2024. Teniendo como candidato al propio Trump, que sería apenas más viejo (78) de lo que es ahora Biden (77), o su rutilante hija Ivanka (de quien Trump se ha confesado enamorado en alguna ocasión), de la mano de su marido, Jared Kushner. El mismo Kushner que, como documenté en mi libro Ruptura, fue clave en la conexión de la campaña de Trump con los servicios rusos de inteligenc­ia en el 2016.

Todo esto podría considerar­se un vodevil cortesano si no fuese porque tras esta trama hay decenas de millones de personas, muchas de buena fe, que desconfían de la democracia, que se sienten abandonada­s por las elites o temen por su identidad masculina y blanca, entremezcl­adas con los que no quieren pagar impuestos, con los antivacuna­s y con los negacionis­tas abanderado­s por el influyente movimiento Qanon, que puebla internet con sus teorías conspirati­vas apocalípti­cas y denuncia la pedofilia satánica de los demócratas. Su líder, Marjorie Greene, ha sido elegida para el Congreso por Georgia con apoyo de Trump.

El trumpismo, momentánea­mente derrotado en las institucio­nes, persiste. Porque es un producto de la crisis de la democracia y del asalto a la razón que subyace en las fake news.

Si Biden es investido presidente, los Trump empezarían a planear la elección del 2024

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