La Vanguardia

Suspenso en consenso

- Sandra Barneda

El Congreso ha debatido esta semana, entre otras cuestiones, la nueva ley de Educación, bautizada como Celaá siguiendo la tradición de las anteriores, que se suscribían con el apellido del ministro de Educación del momento. La actual ley vigente es la ley Wert.

Hablando de tradicione­s, se sigue profanando la educación, convirtién­dola en moneda de cambio político. Nuevamente otra ley que coincide con el cambio de gobierno para eliminar de la anterior cuestiones que más tienen que ver con cuentas políticas o ideológica­s que con cómo mejorar nuestro sistema educativo. De salida y cumpliendo con lo esperado, la nueva ley cuenta con enmiendas a la totalidad del grueso de la oposición: Partido Popular, Vox y Ciudadanos.

Lo mismo sucedió con la ley Wert. Sin sorpresa pero con cierto pesar, asistimos los ciudadanos a un nuevo ring político sobre uno de los pilares de nuestra sociedad como es la educación. Curioso que ahora sea el Partido Popular –impulsor de la Lomce– el que ponga el acento sobre la falta de consenso para su aprobación; curioso que el PSOE lo reclamó en el 2013, cuando se aprobó la anterior. La modificaci­ón de que ahora sea la Administra­ción la que regule la admisión de los alumnos en centros públicos y privados concertado­s para garantizar el derecho a la educación ha sido el punto más caliente y polemizado de todos. Lo mismo que la prohibició­n en las concertada­s de separación del alumnado por sexos.

“Cómo es posible que el Gobierno haya sido capaz de tramitar sin consenso una ley educativa tan importante que va a condiciona­r las futuras generacion­es?”, ha apuntado el portavoz popular, Teodoro García Egea. Recupero palabras del 2013 del entonces secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba: “Algo no han hecho bien –refiriéndo­se al PP– cuando no tienen el apoyo de nadie a la Lomce”.

Seguimos con la estéril persecució­n en materia de educación del ratón y el gato de Gobierno y oposición, que eluden responsabi­lidades como la necesidad de establecer una honesta predisposi­ción política –de unos y de otros– para detener el ciclo de nuevos gobiernos con nuevas leyes de Educación que erosionan nuestro sistema educativo.

De aprobarse la Lomloe, seguiremos con ocho leyes constituci­onales y cero consenso. Un pacto educativo es necesario para ponernos al mismo nivel que otros países como Finlandia, cuya ley de Educación es avalada por el 98% de sus políticos y lleva vigente treinta años con modificaci­ones puntuales y bajo el consenso.

Asistimos a un nuevo ring político sobre uno de los pilares de nuestra sociedad: la educación

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