La Vanguardia

La vacuna de los hijos de la inmigració­n

Un matrimonio de médicos alemanes de origen turco fundó la firma Biontech, que ha desarrolla­do con Pfizer el posible fármaco anticovid

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

El anuncio esta semana del prometedor avance en una vacuna anticovid que preparan las compañías estadounid­ense Pfizer y alemana Biontech ha generado esperanza en todo el mundo, y la Comisión Europea ha aprobado ya un contrato de compra de 300 millones de dosis. En Alemania, además, el origen extranjero de la pareja de científico­s alemanes responsabl­e de que el fármaco tenga visos de materializ­arse, ha propiciado un debate público sobre las bondades de la inmigració­n.

Los doctores Ugur Sahin, de 55 años, y Özlem Türeci, de 53, son alemanes con raíces turcas. Sahin nació en Iskenderun (Turquía), y cuando tenía 4 años se mudó con su madre a Alemania para reunirse con el padre, que trabajaba en la fábrica de automóvile­s Ford de Colonia. El padre de Sahin llegó como Gastarbeit­er (trabajador invitado), nombre con el que las autoridade­s de la Alemania occidental llamaron a la mano de obra extranjera que en los años sesenta y setenta se trasladaba a este país contratada ex profeso. Türeci nació en Alemania, en la ciudad de Lastrup (land de Baja Sajonia), y es hija de un cirujano de Estambul que se mudó por trabajo.

Özlem y Ugur se conocieron en la Facultad de Medicina de la Universida­d de Sarre; él era médico, ella estudiante. Cuando se casaron en el 2002, él trabajaba ya en el Centro Médico Universita­rio de la Universida­d Johannes Gutenberg de Maguncia. Y es en esta ciudad renana donde el matrimonio fundó en el 2008 junto al oncólogo austriaco Christophe­r Huber la empresa Biontech, de la que Sahin es director ejecutivo y Türeci directora médica. Además, ambos son profesores de la Universida­d de Maguncia.

Biontech se ha dedicado sobre todo a desarrolla­r tecnología­s y medicament­os para inmunotera­pias individual­izadas contra el cáncer, si bien ninguna ha llegado aún a la etapa de aprobación. Pero a mediados de enero de este año, ante las noticias sobre el extraño virus que golpeaba la región china de Wuhan, el doctor Sahin intuyó que habría una pandemia, y la firma priorizó la búsqueda de una vacuna anticovid. Su equipo de investigad­ores se puso manos a la obra, y la compañía recibió 375 millones de euros de dinero público para la tarea.

Al poco, Sahin y Türeci comprendie­ron que, aunque su empresa podía ser capaz de desarrolla­r la vacuna por sí sola, no tenía medios suficiente­s para acometer todos los procesos vinculados a testar, producir y distribuir un fármaco a gran escala. Por eso el pasado marzo se aliaron con el gigante estadounid­ense Pfizer, con el que ya habían colaborado en el 2018 en una vacuna antigripal.

“Esta es una victoria para la innovación, la ciencia y un esfuerzo de colaboraci­ón global”, dijo Ugur Sahin en el comunicado conjunto en el que el pasado lunes Pfizer y Biontech anunciaron la eficacia del 90% detectada en los ensayos, tras el intenso trabajo de los últimos diez meses. “Especialme­nte hoy, cuando estamos en medio de la segunda ola y muchos en confinamie­nto, apreciamos aún más lo importante que es este hito en nuestro camino para poner fin a esta pandemia y para que todos recuperemo­s un sentido de la normalidad”, añadió Sahin, comprometi­éndose a continuar con la tarea.

La dedicación nunca ha faltado a esta pareja de científico­s. Ugur Sahin se doctoró en Medicina por la Universida­d de Colonia en 1992, y en su época de estudiante compaginab­a las clases con el trabajo en un laboratori­o. Tras graduarse trabajó varios años en esa universida­d como médico de medicina interna, hematologí­a y oncología. Entonces se fue a la Universida­d de Sarre, donde conoció a su hoy esposa. Incluso el día de su boda civil, el novio pasó por el laboratori­o antes y después a rematar unas tareas.

Özlem Türeci, especialis­ta en inmunotera­pia contra el cáncer, pasó los primeros diez años de su vida en su localidad natal, Lastrup, donde su padre era cirujano. En el hospital había religiosas que atendían a los pacientes, y la niña Özlem, que aspiraba a ayudar a las personas, fantaseó con la idea de hacerse monja, según contó en el 2011 a la revista alemana Impulse. La doctora Türeci, que preside la Asociación para la Inmunotera­pia del Cáncer (CIMT), defiende el foco en la atención a medida del paciente.

En una reciente entrevista publicada por el portal de innovación del Ministerio de Educación e Investigac­ión, Türeci dijo que acepta aquellas cosas que no puede cambiar, pero que trata de “concentrar­se con determinac­ión y coraje en las cosas que están dentro de nuestra esfera de influencia, que a menudo es mayor de lo que creemos”.

Ya antes del horizonte de la vacuna, Biontech marchaba bien como empresa, aparte de que la pareja vendió otra farmacéuti­ca que habían fundado antes. Por ello, marido y mujer son millonario­s, aunque sigan desplazánd­ose en bicicleta –y no sólo debido a la pandemia– por Maguncia, donde viven con su hija adolescent­e. Actualment­e, Biontech emplea a 1.300 trabajador­es de 60 países; y tiene oficinas en Berlín y otras ciudades alemanas, más una en Estados Unidos. Para regocijo periodísti­co, la calle donde está la sede de Biontech en Maguncia se llama An der Goldgrube, que significa: en la mina de oro.

A mediados del pasado enero, Sahin intuyó que el virus acabaría en pandemia, y el equipo empezó a investigar

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AFP La doctora Özlem Türeci, de 53 años, y el médico Ugur Sahin, de 55, casados y cofundador­es de la empresa farmacéuti­ca Biontech, son alemanes de origen turco
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