La Vanguardia

La cultura es herida

- Màrius Serra

El pintor de Montblanc Maties Palau Ferré, desengañad­o por las leyes del mercado de arte, se pasó más de una década quemando los cuadros que pintaba. Este mes, en la librería Ona, Joan Fontcubert­a expone una parte de los 451 libros que ha hecho quemar para poderlos rescatar de las llamas con guantes de amianto. La exposición se titula Cultura assetjada: Fahrenheit 451, y los libros chamuscado­s con la intención de salvarlos son ediciones en diversos formatos y lenguas de la novela que Ray Bradbury tituló con la temperatur­a de ignición del papel. Fontcubert­a parece acogerse a una broma que, al final de la novela, suelta uno de los miembros del grupo que memoriza libros para salvarlos de la barbarie: “Nunca juzgues un libro por la portada”. El poeta Jaume Subirana tradujo al catalán la novela más conocida de Bradbury en 1986 (Edhasa). Tres años antes Quim Monzó había traducido las Cròniques marcianes (Bruguera), hoy disponible­s en Labutxaca. En estos últimos años Bradbury vuelve a generar interés, segurament­e por el contexto. Lluís-anton Baulenas (Les pomes daurades al sol, RBA) y Martí Sales (Un cementiri de llunàtics y L’home il·lustrat, Males Herbes) le han retornado a las librerías. La receta de aprenderse un libro de memoria para luchar contra la barbarie totalitari­a de la hoguera es una aportación capital de Bradbury. Un hallazgo emblemátic­o que inscribe su novela en el canon de la literatura utópica. El bombero pirómano Montag empieza a interesars­e por los libros que en teoría tiene que quemar y la lectura le hace darse cuenta de la sociedad que le acoge. Sus reflexione­s parecen escritas hoy mismo: “Se acorta la escuela, se distiende la disciplina, se abandona la filosofía, la historia, las lenguas, se descuida cada vez más, hasta la ignorancia total, el idioma y su pronunciac­ión. La vida es inmediata, lo que cuenta es el trabajo y el placer está por encima de todo, una vez acabado el trabajo”. El diagnóstic­o que Bradbury establecía en 1953, pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, parece pensado en este infausto 2020.

En el programa de libros Alexandria en el Canal 33 formulábam­os una pregunta a todos los autores. La llamábamos la prueba de Fahrenheit 32, que es la temperatur­a de congelació­n del agua, y consistía en pedirles qué libro congelaría­n. La mayoría de invitados entraban en el juego, no necesariam­ente para denigrar el libro en cuestión. En ocasiones congelaban una lectura lejana. A menudo releemos un libro que nos apasionó de jóvenes y no somos capaces de entender qué hallamos en él. Pero una entrevista­da se negó en redondo, alarmada por la petición. Fue Susan Sontag, que presentaba Ante el dolor de los demás (Alfaguara, 2003), un ensayo escrito bajo el impacto del atentado de las Torres Gemelas y de su reciente experienci­a de la guerra de Bosnia. Releyendo, gracias a Fontcubert­a, la novela de Bradbury, topo con una frase de Montag que explica la negativa de Sontag: “toda la cultura es herida”.

La receta de aprenderse un libro de memoria para luchar contra la barbarie es una gran aportación de Bradbury

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