La Vanguardia

La gestión no es secundaria

- Llàtzer Moix

El sábado de la semana pasada, La Vanguardia publicó sendas entrevista­s con los dos contendien­tes en las primarias de Junts para elegir candidato a presidente de la Generalita­t. Ambos presentaba­n como objetivo la independen­cia y la gestión solvente de la cosa pública. Pero con matices. Damià Calvet proponía “hacer la independen­cia desde el buen gobierno”. Y Laura Borràs advertía que “sería dramático no tener fijado ese horizonte [de la independen­cia] y estancarse en la gestión”.

¿Estancarse en la gestión? ¿Es eso malo? Estancarse significa detenerse. Por ejemplo, se estanca un curso de agua que queda apresado y a continuaci­ón pierde limpieza y transparen­cia. Del estancamie­nto a la podredumbr­e suele haber un paso. Estancado es, pues, un concepto de connotacio­nes negativas. Y estancarse en la gestión podría parecer algo similar.

Aunque no tenemos por qué verlo así. Al contrario. Subordinar la buena gestión a objetivos políticos puede ser un error que afecte a todos los ciudadanos. Lo es, de salida, porque desatiende lo establecid­o en el Estatut, que en su artículo 30 reconoce el derecho de los ciudadanos a una buena Administra­ción. Y, en su artículo 68, atribuye al Govern la dirección –y por tanto la responsabi­lidad– de la acción política y de la Administra­ción de la Generalita­t.

También es un error a tenor de la experienci­a de los últimos años, en los que el Govern ha actuado a menudo con criterios y métodos más propios del activista independen­tista que del político institucio­nal, contribuye­ndo a polarizar la sociedad catalana (algo que, por cierto, no prevé ni aconseja el Estatut). Es además un error, según hemos comprobado recienteme­nte, porque ese activismo en el poder ha repercutid­o, y no para bien, en el día a día de los ciudadanos. Cuando eso sucede, la confianza que deben infundir los gobernante­s se va evaporando. Y la vida ya está muy achuchada como para que desde el poder la achuchen un poco más.

Borràs decía en la mencionada entrevista que cuenta con la fuerza de la gent independen­tista. (También decía que Torra es un presidente “añorado”, lo cual convierte a la candidata en una vidente sin par, aunque este sería otro tema). Esa gent a la que alude Borràs es un apoyo digno de considerac­ión. Ahora bien, el compromiso del gobernante no es solo con sus correligio­narios. Es con todos. Y ese todos –término que, a diferencia de gent o poble, es, por definición, omnicompre­nsivo e inequívoco– incluye a cuantos ciudadanos tienen derechos y deberes, pagan sus impuestos y esperan la mejor gestión de quienes se postulan para administra­rlos. Es decir, incluye también a los ciudadanos que no quieren ver a sus hijos estudiando en barracones. Ni a sus mayores engrosando las listas de espera para una operación quirúrgica cuya demora puede ser fatal. Ni a los familiares de enfermos de coronaviru­s suplicando una cama o una plaza de uci en un hospital desbordado. Ni quieren verse a sí mismos soltando sapos y culebras ante una web de la Generalita­t para socorrer a autónomos en apuros que se colapsa al poco de entrar en servicio y solo distribuye ayudas a uno de cada cuarenta solicitant­es. Dicho en otras palabras, la gestión pública no es algo secundario. Ni mucho menos. Debe ser la prioridad. A no pocos les va la vida en ello.

Cualquier gobierno mete la pata. Los de aquí y los de allá. Lo que matca la diferencia es la frecuencia con que se mete. Y, también, el marco estructura­l en el que se producen esas meteduras de pata, cosa que en Catalunya se relaciona con una política de recortes muy diligente en tiempos de crisis e insuficien­temente corregida en los de recuperaci­ón. Y también con las luchas cainitas en el ámbito del Govern, que son estériles pero minan la coordinaci­ón y la eficacia administra­tivas.

Plantear la independen­cia –u otro proyecto político– como recompensa a una buena acción de gobierno tiene su lógica. Porque el futuro no empieza con la independen­cia, como sostiene Borràs, sino con una esmerada e irreprocha­ble gestión del presente. Un gobierno no se acredita afirmando que es mejor que el del país vecino, sino demostránd­olo día a día. La pregunta sería si el Govern en el que participa Jxcat –los que antaño se acomodaron al pactismo pujolista y ahora sólo persiguen la ruptura– está infundiend­o la suficiente confianza. Porque, de hecho, la independen­cia parece ahora mismo más lejos, y la pregonada solvencia del Govern queda diluida por sus torpezas y desajustes. Entre tanto, la fatiga democrátic­a avanza.

Dentro de tres meses habrá elecciones en Catalunya, y esa independen­cia que se aleja nos volverá a ser presentada como el remedio a todos nuestros males. Unos males que el independen­tismo achaca sin tasa al Estado, pero en los que su cuota de responsabi­lidad existe y va creciendo.

Subordinar la buena gestión a objetivos políticos puede ser un error que afecta a todos

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LAURA FÍGULS / ACN
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