Merkel, un liderazgo con claroscuros
El 22 de noviembre del 2005 el Bundestag elegía como canciller a Angela Merkel con los votos de la gran coalición que había tejido con el SPD tras ganar las elecciones por solo un punto de ventaja. Se convertía así en la primera mujer en gobernar Alemania y se abría un largo periodo de quince años en el poder que el año próximo se cerrará, ya que en el 2018 dejó la presidencia de la CDU y en el 2021 no optará a la reelección a la cancillería.
Resulta imposible disociar la historia de Alemania y de la Unión Europea durante estos tres lustros de la figura de Merkel. Criada en la antigua RDA, siempre se ha destacado que su condición de física le ha ayudado a analizar racionalmente los problemas y las respuestas a los desafíos que supone gestionar el poder. En estos quince años, Merkel ha consolidado a Alemania como primera potencia económica europea y pilar de las instituciones comunitarias, aunque en su gestión se observan algunos claroscuros.
En política interior, Merkel ha tenido un rebrote de popularidad (74%) por su buena gestión de la pandemia, pero ha ido perdiendo apoyo electoral. Su gestión económica puede calificarse de positiva pese a que ha tenido luces y sombras. Pero durante su mandato el panorama político alemán se ha fragmentado. Los dos partidos históricos –la CDU y el SPD– son hoy más débiles, al punto de que en las últimas elecciones los democristianos solo lograron el 32,9% de los votos. Los extremismos de derecha –Alternativa para Alemania– y de izquierda –Die Linke– han ganado terreno y han llegado al Parlamento.
Durante su mandato, Merkel ha tenido que afrontar cuatro grandes crisis: la financiera del 2008, la de la deuda griega que empezó en el 2010, la migratoria en el 2015 y la actual de la Covid19. En la primera apostó por la austeridad y se limitó a ir detrás del BCE y a convencer a los alemanes de que sus depósitos bancarios eran seguros. En el caso griego, Alemania fue en gran medida responsable de la crisis del país heleno. Merkel se negó a financiar un rescate completo y abandonó a Grecia a su suerte, imponiéndole unas condiciones draconianas para poder acceder a las ayudas europeas. Alemania era uno de los grandes acreedores de Grecia y se benefició sustancialmente de la crisis por la reducción en el pago de intereses de la deuda alemana.
En la crisis migratoria del 2015, Merkel se convirtió en la conciencia de Europa al proclamar el deber moral de salvar a los refugiados e hizo famosa la frase “Podemos hacerlo”, abriendo sus fronteras a más de 1,6 millones de migrantes. Fue alabada como la heroína internacional de la solidaridad aunque en los años siguientes, presionada por el ala dura de su partido y por la ultraderecha, ha ido recortando el legado que ella misma había construido, con restricciones y límites a las solicitudes de asilo. También fue una de las promotoras del acuerdo por el que la UE paga 5.000 millones de euros a Turquía para que el país otomano impida a migrantes y refugiados llegar a Europa.
En cuanto a la pandemia, a escala nacional la apuesta de Merkel por la ciencia, el pragmatismo y las medidas consensuadas con los länder ha tenido un resultado positivo, mientras que, a escala europea, la propuesta francoalemana de crear un fondo de recuperación de 750.000 millones ha llevado a la canciller a romper uno de los grandes tabúes de la política alemana al aceptar mutualizar la deuda, es decir, que es la UE quien asume endeudarse y no cada país individualmente. Merkel ha sido quince años el pilar de la UE, con sus aciertos y sus errores, y muchos han visto en ella a la canciller de Europa.
A Merkel, quizás a su pesar, le ha tocado desempeñar un papel de hiperliderazgo nacional, europeo e internacional. Discreta, seria, pragmática y de moral luterana, apura su último tramo en la política activa sin sucesor/a designado en su partido y presidiendo la UE. Con la pandemia, el Brexit y los conflictos creados por Hungría y Polonia, aún le queda trabajo por delante antes de cerrar una era en la historia de Alemania y de Europa. El Merkeldämmerung –crepúsculo de Merkel– parece aún lejano.
Sus tres lustros como canciller han marcado la historia de Alemania y de la Unión Europea