Los jóvenes y la política
Un estudio del Instituto Bennett de Políticas Públicas de la Universidad de Cambridge nos advierte de que la generación hiperconectada, la de los más jóvenes, ha desconectado de la política. Se trata de un ambicioso trabajo que procesa y analiza las respuestas de 4,8 millones de encuestados, repartidos en 160 países, a lo largo del último medio siglo. Es decir, un estudio muy ambicioso, tanto por el número de participantes como por su extensión en el tiempo y el espacio.
El desinterés de los millennials –los nacidos entre 1981 y 1996– por la política tiene origen en su falta de expectativas en la sociedad democrática y, también, en el descontento ante la gestión de los políticos, en tanto que responsables de la administración pública. Respecto a la falta de expectativas, es obvio que los baby boomers –los nacidos entre 1954 y 1965– disfrutaron al llegar a la edad adulta de horizontes más despejados y prometedores que los millennials. Tuvieron que superar crisis, cierto es, como la del petróleo de 1973, que ralentizaron el desarrollo económico durante un periodo. Pero no es menos cierto que las condiciones laborales que se ofrecen ahora a gran número de jóvenes en busca de su primer trabajo son peores y que las tasas de paro juvenil y la dificultad para poner los cimientos de una carrera laboral, para acceder a una vivienda e incluso para formar una familia son, al menos en términos relativos, superiores a las que tuvieron que vencer en su día los baby boomers. Como también lo es que estas dificultades, que producen en quienes las sufren la sensación de ser excluidos de la sociedad y privados de un futuro atractivo, obran en favor de la desafección democrática y pueden fomentar los populismos de inquietante evolución. En definitiva, se extiende entre los más jóvenes la convicción de que han venido a este mundo a vivir en peores condiciones que las que a su edad disfrutaron sus progenitores.
“Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”, aconsejaba Antonio Machado. Llevaba toda la razón. Sus palabras debieran bastar como reactivo para los jóvenes que, desilusionados, prefieren mantenerse a distancia de la política, pese a sufrir ya sus consecuencias menos amables. Porque es preciso regenerar la escena política, devolverle su condición de ágora pública abierta a todos y a la discrepancia, pero en la que se opera con vocación constructiva y de progreso. En este proceso, la colaboración de los jóvenes es imprescindible. Si no la prestan, los primeros perjudicados serán probablemente ellos. Pero no serán los únicos. A medio y largo plazo, la perjudicada será, en su conjunto, una sociedad más desfibrada e insolidaria. Su regeneración nos compete por igual a todos, ya seamos jóvenes o mayores.
La creciente desafección política de los ‘millennials’ es un peligro para ellos y para toda la sociedad