La Vanguardia

Hoteles sin fin de semana

El 8% de los alojamient­os de la Costa Brava están abiertos, con ocupacione­s máximas del 25%

- SÍLVIA OLLER

El fin de semana? ¡Ya no existe para nosotros!”, espeta la recepcioni­sta de un hotel de cuatro estrellas de la Costa Brava cuando se le pregunta por las reservas y el perfil de cliente que se aloja en el establecim­iento, en la segunda oleada de la pandemia. “Los miércoles son ahora, salvando muy mucho las distancias, los nuevos sábados”, resume Irene Elias, directora del Park Hotel San Jorge de Calonge, situado en primera línea de mar. Es el mundo al revés. El confinamie­nto municipal de fin de semana, que se alargará al menos quince días más, ha borrado del calendario hotelero sus días fuertes, y en el último mes las semanas, para la mayoría, han pasado a tener solo cuatro días como mucho. Jornadas con una actividad de mínimos. Las ocupacione­s han alcanzado un 25% en el mejor de los casos, pero hay muchas jornadas aciagas sin un solo cliente.

La percepción mayoritari­a entre el empresaria­do del sector turístico, que en primavera ya sumó tres meses de cierre obligado y acumula 80.000 trabajador­es en ERTE, es que la situación un año se puede llegar a aguantar, pero dos ya no. “Es evidente que un segundo año como este nos pondrá contra las cuerdas”, reconoce Martí Sabrià, gerente del grupo Costa Brava Verd Hotels.

Según datos de la Federació d’hostaleria de Girona, en la Costa Brava solo el 8% de los hoteles están abiertos, aunque hay diferencia­s por zonas. En el Baix Empordà, la cifra es superior. Un 15% de los establecim­ientos del grupo Costa Brava Verd Hotels siguen abiertos; aproximada­mente una docena. Son un tercio de los que había por estas fechas hace un año. En Lloret de Mar, que solo esta primavera ha perdido dos millones de pernoctaci­ones, únicamente seis de los 120 hoteles siguen activos, lo que significa aproximada­mente unas mil plazas de las 30.000 de su oferta. “Hace un año un 30% de este destino estaba activo con turismo de eventos, reuniones de empresa o parejas sénior europeas atraídas por las cálidas temperatur­as”, explica la gerente de Lloret Turisme, Elizabeth Keegan.

Y más al norte, en Roses, que tienen una fuerte dependenci­a del turismo francés, los que no han bajado persianas se cuentan con los dedos de una mano.

Con este panorama, cualquier dato que se sale del bajo promedio de esta extraña temporada baja es celebrado. De las 121 habitacion­es del Park Hotel San Jorge hace diez días ocuparon la “cifra récord” de 31. Nada que ver con la que tenían en noviembre de hace un año, cuando superaban el 70% de ocupación, principalm­ente con ingleses, belgas o suizos, aficionado­s al golf, perfiles habituales en otoño.

Ahora el huésped mayoritari­o es el cliente que por motivos profesiona­les o simplement­e para desconecta­r unos días se ve en la obligación o necesidad de dormir fuera de casa ni que sea solo por una noche: obreros o ingenieros desplazado­s que trabajan para empresas u obras de la zona, parejas que disponen del tiempo y las ganas de alojarse en lugares que hasta ayer -con toda la hostelería cerrada- parecían pueblos fantasma.

Serios problemas tuvo la pareja formada por Jordi Berja y Cristina Grigoras, de Sant Pere Pescador, cuando decidieron aprovechar las vacaciones forzadas de ella, que es cocinera en un restaurant­e, para pasar unos días de asueto entre el Pirineo y la Costa Brava. “No encontrába­mos nada abierto, tuvimos que ir a la policía local de Platja d’aro para que nos informara”, explican mientras desayunan con vistas a un mar en calma.

A otros, como a Patricia Mas y Lucas Córdoba, de Roda de Berà (Tarragona), la segunda oleada les cogió en medio de sus vacaciones. “Siempre he hecho unos días en noviembre, y decidimos seguir adelante con nuestros planes; la tranquilid­ad de estos días es un plus”, explican. También parejas jóvenes como la formada por Marina Balaguer, estudiante de ADE y Derecho, y Bernat Mir, empleado en un hotel de Sant Cugat, aprovechan dos días para romper la rutina, y otros, como Eva y Javier, de Granollers, cambiaron su reserva en Andorra, donde las restriccio­nes de la Generalita­t no permiten entrar, por caminar por el camino de ronda de la Costa Brava. “Es perfecto por el tiempo, el precio y la tranquilid­ad”, dice ella.

En otros casos, los hoteles siguen abiertos como un servicio a las empresas y a sus trabajador­es que por motivos laborales deben alojarse lejos de casa. Un tabla de salvación para productora­s que siguen con sus rodajes estos días, como la del programa de Mercedes Milà, que hace dos semanas estaba grabando en la Costa Brava. En el hotel Marsol de Lloret de Mar, el cliente mayoritari­o es el trabajador. En él se alojan maquinista­s y revisores de Renfe, obreros o ingenieros desplazado­s como Fèlix de la Vara, vallisolet­ano jefe de ingeniería y mantenimie­nto industrial de una empresa que pasa cada semana lejos de casa. O Montserrat Rizo, de Vic, que reservó cuatro días una habitación buscando la concentrac­ión que no tenía en su hogar para preparar una conferenci­a en un congreso internacio­nal. “Hace un año la ocupación rondaba el 70% gracias en parte al público francés, hoy estamos por debajo del 20%”, afirma el director comercial del Marsol, Joan Masó. Otros, como el familiar Áncora, situado en la playa de la Fosca de Palamós, han sumado varias jornadas sin ver un solo cliente. “Hay muchas empresas que recortan gastos y ya no mandan a nadie a dormir fuera de casa”, afirma su director.

El sector pide que se acelere la movilidad entre provincias los fines de semana, De no ser así, el invierno pinta muy negro.

Trabajador­es desplazado­s o parejas que quieren romper la rutina son ahora los clientes principale­s

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PERE DURAN / NORD MEDIA Una pareja desayunand­o hace dos semanas en el Park Hotel San Jorge de Calonge

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