La Vanguardia

La librera rebelde de Cannes

Florence Kammermann desafía el confinamie­nto y se convierte en símbolo de resistenci­a cultural

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

El segundo confinamie­nto decretado en Francia por la pandemia de la Covid-19 ha exasperado a muchos ciudadanos. ¿Tiene sentido poder hacer cola dentro de un estanco, para comprar tabaco o jugar a la lotería, mientras está prohibido entrar en una librería? ¿Son más esenciales los cigarrillo­s y los juegos de azar que las novelas de Victor Hugo, la poesía de Arthur Rimbaud o los ensayos de Michel de Montaigne? Los malpensado­s dirán que los altos impuestos al tabaco y a la lotería constituye­n, para el Estado, una fuente de ingresos mucho más suculenta que las tasas moderadas que gravan los libros.

Florence Kammermann, dueña de la única librería independie­nte de Cannes –las demás pertenecen a grandes cadenas–, se rebeló contra el cierre obligatori­o ordenado por el Gobierno el pasado 29 de octubre. Ha soportado estoicamen­te hasta cuatro visitas de la policía. Después de las tres primeras, continuó abriendo su establecim­iento como si nada. Ante la cuarta, la semana pasada, se rindió, o al menos hizo como si lo hiciera... La amenazaron con la clausura inmediata. Ella cerró la entrada principal, de la calle, pero ha seguido vendiendo libros por encargo, o atendiendo a clientes en ocasiones a través de la puerta de atrás, que da a un patio.

“Si hubiera cerrado desde el principio, habría tenido que presentar suspensión de pagos antes de fin de año”, explica la librera, por teléfono, a La Vanguardia, yse queja de los altos alquileres que hacen muy difícil sobrevivir en este sector. Lo único que sí hizo Kammermann fue cerrar la cafetería de la tienda y anular los actos culturales que suele organizar con escritores y lectores.

El nuevo confinamie­nto ha provocado muchas críticas, no solo por las librerías sino por un sinnúmero de incongruen­cias. El semanario alemán Die Zeit calificó Francia de “Absurdistá­n” en un artículo que impactó a los medios franceses de piel más fina. Pero hay figuras políticas, como la alcaldesa de París, la socialista Anne

Hidalgo, que también se han pronunciad­o, en su caso con una defensa vehemente de las librerías independie­ntes, que consideró insustitui­bles para mantener la vida de los barrios de la capital. Hidalgo instó incluso a no comprar libros a través de Amazon.

El alcalde de Cannes, David Lisnard, del partido Los Republican­os (LR, derecha), se solidarizó con Kammermann y, tras la primera visita de la policía, le fue a comprar un libro y publicó un tuit en el que sostuvo que “la policía tiene cosas mejores que hacer”. El alcalde, muy crítico con el Gobierno central, lamentó “esta situación ubuesca (absurda) e injusta”. La librera ha recibido el apoyo de escritores y mensajes de apoyo del extranjero. Un autor amigo, Didier van Cauwelaert, se ofreció a pagarle la multa.

Kammermann, nacida en Beirut, de padre suizoliban­és y madre francesa (la abuela materna se apellidaba Bengoetxea y era vizcaína), trabajó durante años como periodista en el convulso Oriente Medio. Hace dos decenios se instaló en Francia. Admite estar estresada de su lucha por abrir la tienda. “Ha sido como si me pasara por encima un huracán”, comenta. Pero cree que vale la pena. “Una librería no es un supermerca­do –argumenta–.

No entra tanta gente. No es un riesgo sanitario. Y el libro es nuestra cultura, la cultura francesa. No es normal que se prohíba a la gente el acceso a Albert Camus, a Victor Hugo. La cultura es una muralla frente al oscurantis­mo y evita que la gente caiga en el integrismo, que puede ser extremadam­ente peligroso. Para mí una librería es la memoria del mundo. Alberga todos los recuerdos, todos los testimonio­s del planeta”.

A la espera de que, en su alocución televisada prevista para esta noche, el presidente Emmanuel Macron relaje las restriccio­nes y anuncie la reapertura con condicione­s de los comercios “no esenciales”, Kammermann pretende continuar su combate y no se ve a sí misma como heroína de la resistenci­a cultural.

–¿Cree que se ha convertido en un símbolo?

–Yo no buscaba ser un símbolo. Simplement­e quería defender mi librería como una madre defiende a sus hijos. Para mí el libro lo es todo. Cuando viví la experienci­a de la guerra de Líbano, los libros me ayudaron enormement­e. Leí mucho. En cierto modo los libros me salvaron la vida. Ahora yo devuelvo a los libros lo que los libros me han dado.

“La cultura es una muralla frente el oscurantis­mo, una librería es la memoria del mundo”

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AUTOUR D’UN LIVRE

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