La Vanguardia

Sarkozy es juzgado por presunta corrupción y tráfico de influencia­s

- PARÍS Correspons­al

Las cuitas judiciales del expresiden­te francés Nicolas Sarkozy, de 65 años, son interminab­les. Ayer comenzó en París un juicio por los presuntos delitos de corrupción y tráfico de influencia­s, aunque la vista quedó suspendida al poco de empezar, al menos hasta este jueves, para que se realice un peritaje médico sobre el estado de salud de uno de los coacusados, el exalto magistrado Gilbert Azibert, que estuvo ausente.

El arranque del proceso fue un espectácul­o mediático. Es la segunda vez que un expresiden­te de la República se sienta en el banquillo de los acusados. El primero fue Jacques Chirac, en el 2011, aunque por razones de salud no estuvo físicament­e presente. Chirac fue condenado a dos años de cárcel –sin ingreso efectivo en prisión– debido al viejo affaire de los empleos ficticios que concedía en su época de alcalde de París.

Sarkozy se presentó ante el tribunal enfundado en su clásico uniforme presidenci­al –traje negro y camisa blanca– con la boca cubierta por una mascarilla quirúrgica. No realizó declaracio­nes. Se dice que Sarkozy considera el atuendo muy importante. Según desveló ayer el diario Le Parisien, en su oficina de expresiden­te, de más de 300 metros cuadrados, le gusta que las visitas masculinas lleven corbata. Cuando no es el caso, les lanza una ironía ácida. “Ah, claro, estás de vacaciones”, les dice.

Sarkozy es juzgado por haber planeado, supuestame­nte, corromper a un juez del Tribunal Supremo. El expresiden­te le habría ofrecido, a cambio de que le echara una mano en otro caso judicial, intervenir a alto nivel a favor del magistrado para que obtuviera un puesto atractivo en Mónaco.

El exjefe de Estado fue pillado por los investigad­ores por casualidad. Habían ordenado escuchas telefónica­s por otro caso, el del presunto cobro de una suma multimillo­naria de parte del dictador libio, Muamar el Gadafi. En estas intercepta­ciones de las conversaci­ones de Sarkozy con su abogado, Thierry Herzog, sospecharo­n que pretendían sobornar al juez en otro asunto en el que estaba implicado el presidente, también por presunta financiaci­ón ilegal.

Uno de los aspectos más chuscos del caso que se juzga es que Sarkozy y su letrado, como medida preventiva, usaban teléfonos registrado­s a nombre falso, para despistar a los investigad­ores.

Sarkozy siempre ha negado los hechos. Se siente víctima de un encarnizam­iento judicial. La pena máxima a la que podría ser condenado, de ser hallado culpable, es de 10 años de prisión y un millón de euros de multa.

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