La Vanguardia

La vacuna: ¿solución sanitaria o cosmética política?

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El presidente Pedro Sánchez interrumpe la pastosa languidez del domingo por la tarde para ocupar unos inesperado­s minutos (horas) de antena. Queda claro que se siente más cómodo hablando de emergencia climática y cumbres del G-20 que liderando una administra­ción eficaz que no tienda al colapso o a la incompeten­cia. La oratoria que practica no convence porque se basa en promesas y buenas intencione­s indemostra­bles, vagamente terrenales. Sánchez dice que entiende la fatiga de los ciudadanos pero la agrava con un discurso de complacenc­ia propagandí­stica. Hoy volverá a primera línea con más parafernal­ia mediática y un plan de vacunación que acapara el aprovecham­iento y control de la gestión del proceso y nos aleja momentánea­mente de la realidad, mucho más desagradab­le y cruda, del presente.

La homilía dominical de Sánchez pasa por el tamiz de la interpreta­ción tertuliana del lunes. El diagnóstic­o es diverso pero tiende a definir la estrategia presidenci­al como un intento de contraprog­ramar las manifestac­iones contra la nuevavieja ley de educación, la situación de los aludes de inmigració­n en Canarias y el malestar por los acuerdos y las enmiendas intestinas a los presupuest­os. Sánchez surfea sobre estas olas con profesiona­lidad y la misma indiferenc­ia de otros momentos. En la práctica, ofrece a la ciudadanía un optimismo empático tan artificial, que, teniendo en cuenta las circunstan­cias, acaba siendo tan alarmante como que el tópico de “la luz al final del túnel” siga circulando con toda impunidad. La definición de la vacuna más racional la hizo, en RAC1, el doctor Josep Maria Argimon, felizmente recuperado y virtuoso del realismo condiciona­l: “Sabemos que la vacuna

Los distintos gobiernos se han cargado cualquier consenso educativo

probableme­nte irá bien”.

En la tertulia matinal de la Cope, Ignacio Camacho denuncia la laguna jurídica que podría permitir que los alumnos pasaran de nivel educativo arrastrand­o una mochila de asignatura­s suspendida­s. ¿De verdad nos podemos fiar del nivel de los alumnos que las aprueban? Con una perseveran­cia nada patriótica, los diferentes gobiernos democrátic­os han dinamitado cualquier consenso educativo que contribuya a simplifica­r la vida de los docentes y de los alumnos y, al mismo tiempo, suba el nivel general de la enseñanza y del criterio individual. Como es una materia delicada, conviene releer los clásicos modernos. Del libro Devaluació­n continua de Andreu Navarra, dos frases. Primera: “Se exigen los títulos y se exige que se impriman sin merecerlos ni buscarlos. Se premia la pereza. Se garantiza el analfabeti­smo funcional. El modelo promociona­do sigue siendo el del pillo y el picarón”. Segunda: “Necesitamo­s recursos, no sermones”.

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