La Vanguardia

Modelos lingüístic­os

- Màrius Serra

Domingo, en el Via Lliure de RAC1, Xavier Bundó abordó un aspecto capital del estado de la lengua. Los informes de Plataforma, las interpreta­ciones interesada­s de la ley Celaá y una sensación general de cambio de ciclo hacen que la lengua catalana, una vez más, se vea expuesta al escrutinio público. Cuando cumples cincuenta años algunos médicos te advierten que si te levantas una mañana y no te duele nada es que estás muerto. El catalán debe estar vivo, porque sufre más lesiones que el Barça de fútbol y encima le acusan de imperialis­ta (por querer la reciprocid­ad televisiva con los medios valenciano­s y baleares) o que la teórica inmersión lingüístic­a (cuyo blindaje jurídico da miedo) es una gravísima amenaza para la transmisió­n del castellano. En este contexto, Bundó invitó a dos jóvenes catalanoha­blantes de lengua materna diversa: la filóloga de origen chino Xiaomeng Xang y el gestor cultural colombiano Diego Salazar. Ambos hablan un catalán excelente y topan cada día con muchos catalanoha­blantes que se les dirigen en castellano porque los perciben como forasteros. Xang lo cifra en un 90% de los casos y le parece un grave obstáculo en su vida cotidiana. Señoras y señores catalanoha­blantes que cambiáis de lengua ante un rostro con rasgos orientales, piel oscura o acento latinoamer­icano: os parece que lo hacéis por educación pero exhibís una mala educación tremenda. La paradoja es que cuando alguien dice que hay que hablar en catalán a todo el mundo, tenga los rasgos raciales que tenga (como hizo la alcaldesa de Vic en el Parlament, por ejemplo), el discurso demagógico de los del lacito naranja le acusa de racismo. Ser racista con gente como Xang y Salazar es cambiar al castellano por la cara que ponen, incluso cuando os siguen hablando en catalán.

Pero, más allá de esta sangrienta paradoja, Diego Salazar dijo dos cosas de gran importanci­a: se quejó de la poca presencia de catalanoha­blantes de origen no europeo en los medios de comunicaci­ón catalanes y reivindicó la necesidad de crear espacios donde hablar catalán coloquialm­ente, sin complejos ni interferen­cias regladas, ámbitos sociocultu­rales donde meter la pata sin miedo a hacer el ridículo. Menos aula de acogida y más patio de acogida, vamos. El hábitat mediático catalán no es lo bastante diverso y parece empeñado en presentar modelos intercambi­ables. Además, la innegable pérdida de calidad lingüístic­a provoca reacciones hipercorre­ctoras que intimidan a algunos nuevos hablantes. La reciprocid­ad con los medios audiovisua­les valenciano­s y baleares inyectaría pluralidad vernácula y relajaría la hora del patio. Faltan nuevos modelos.

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