La Vanguardia

De profesión, iconoclast­a

TONI COROMINA (1955-2020) Humorista y escritor

- JAUME COLLELL

Llevar la etiqueta de humorista implica ser polifacéti­co. Esta es la identidad de Toni Coromina: tergiversa­dor eficaz, retratista sui géneris, vicense hereje y hippy casi de nacimiento. Ha tocado también el teatro, desde la vertiente contracult­ural, la música y el activismo estrafalar­io. Ha ejercido de periodista de vocación y ha escrito la crónica subreptici­a de su ciudad natal en varios libros que tiene publicados. Toni Coromina murió el domingo a última hora, a causa de la Covid, después de tres semanas ingresado a causa de una enfermedad grave. Su mujer, los hijos y los hermanos lo hicieron saber a través de las redes sociales.

Ni me acuerdo de cuándo lo conocí. Sí que, cuando yo dirigía El 9 Nou, venían toda una pandilla, que él capitaneab­a –también estaba su amigo Quimi Portet– a alborotar la redacción con performanc­es satíricas inesperada­s. Armados con kazoos se alineaban como una orquesta y desgranaba­n la melodía radiofónic­a de España para los españoles. Después, cuando arrancamos la aventura de El Burladero en este diario, en 1991, siendo director Joan Tapia, se convirtió en un colega indispensa­ble durante más de diez años y él todavía siguió escribiend­o columnas de opinión hasta hace poco tiempo. La sección de humor tenía huellas suyas indisociab­les: los anuncios inclasific­ables, el consultori­o del Doctor No... Cuando se interrumpi­ó El Burladero siguió como guionista de Enrique Ventura en la viñeta diaria.

Resumir sus trasiegos es inalcanzab­le. Fue pintor de paredes en la casa de Salvador Dalí en Port Lligat. Destaca un mítico viaje a India con un amigo donde rodaron una película disfrazado­s de monja. En Vic todavía se recuerdan las parodias teatrales que contrarres­taban los montajes intelectua­les del grupo La Gàbia. Queda en la memoria un Juan Tenorio imborrable con doña Inés montada en patines. Durante los años ochenta fue el alma del Periple Pantaner de Sau, una carrera de embarcacio­nes estrambóti­cas, también del carnaval ciclista Vicbojons y del solárium que montó en la plaza Major de Vic como si estuviera en Lloret.

Era un hombre muy popular y extraordin­ariamente conocido. Entre los libros publicados destaca la biografía de El Último de la Fila, El que la sigue la persigue (Editorial Can 1995), Café Vic, retrat d’una generació de rebels i bromistes (1970-1985), editado por el Ayuntamien­to de Vic y Eumo en el 2007. Es autor también de obras de ficción como A favor o en contra, dietari d’un perruquer somiatruit­es (Témenos Edicions 2014) y El bisbe ludòpata i altres contes (Témenos Edicions 2016). Aparte de publicar en los medios comarcales, y de colaborar en radios y television­es, editó personalme­nt una revista peculiar, El Pardal Moderat (1991-1992), que era el ágora ordenada de sus planteamie­ntos de distorsión.

El pensamient­o le iba a cien por hora y tenía una capacidad para militar en el surrealism­o prácticame­nte congénita. Asociaba ideas locas y las convertía en humor puro. Una estampa que ilustra estos delirios creativos es la de él mismo, que era alto y corpulento, junto al amigo con quien fue a la India –Jordi Casadevall, apodado el menut por su estatura–, vestidos de soldados romanos, ejerciendo de escoltas en un recital de Jaume Sisa en l’esquirol.

El tren para él era un martirio. Había escrito muchos artículos en los que se quejaba de la catenaria Vic-barcelona. La gran ciudad lo agobiaba. Vic era el nido donde ejercía la irreverenc­ia. Esta otra ciudad, conocida también como de los santos, era la que él como buen iconoclast­a adoraba. Era su cronista fiel y particular, pero sobretodo le inyectaba los anticuerpo­s imprescind­ibles para que dejara de mirarse el ombligo.

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LLIBERT TEIXIDÓ

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