Lluís Homar dirige sainetes de Ramón de la Cruz
Aunque los directores catalanes no han podido ejercer durante varias semanas en Barcelona, lo han tenido más fácil en Madrid. Sobre todo en la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) que ahora dirige Lluís Homar. Josep Maria Flotats estrenó la semana pasada en su sede del Teatro de la Comedia El enfermo imaginario de Molière. Y desde este jueves y hasta el 14 de febrero el propio Homar dirige en la sala pequeña del teatro, la Tirso de Molina, los sainetes de otro clásico, Ramón de la Cruz (1731-94). Pasados, eso sí, por las manos de una autora actual, la badalonesa Lluïsa Cunillé, que los ha cosido. El resultado es La comedia de maravillas. Para que nadie falte en este desembarco catalán Xavier Albertí, actual director del Teatre Nacional de Catalunya y llamado a colaborar en el proyecto de Homar en los próximos años, es el dramaturgista y responsable de la selección musical. Doce actores seleccionados entre los que han pasado en los últimos diez años por la compañía joven de esta institución estatal protagonizan la pieza. Homar al principio se proponía abordar con ellos en escena los sainetes, los entremeses y el género chico como parte de un mismo espíritu que se repite en el teatro español y que evoluciona a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX. Pero quedó, confiesa, fascinado por Ramón de la Cruz. “Fuimos directos a él. Tenía casi una decena de sainetes dedicados al mundo del teatro, algo insólito. Y se le sumaba que están protagonizados por los mismos personajes, Chinica, la Polonia, la Figueras, Eusebio, porque se escribían para los mismos actores. Así que quisimos armar una sola obra tomando distintos sainetes”. Homar razona que lo que le atrae tanto del autor es su mirada sobre cómo se hace el teatro por dentro. “El teatro era en aquella época –prosigue– casi un Madrid-barça, tenía gran relevancia social. Y en la obra hay una reflexión sobre si puede o no modificar una sociedad, una reflexión trasladable a hoy. Hemos hecho una inmersión en el siglo XVIII, convulso, involucionista, que viene tras la grandeza anterior del imperio, para hacer un paralelismo sobre cómo resuena en la manera de hacer teatro en el XXI”. Eso sí, la música para la obra la han cogido del género de chico del XIX, de Chueca. “La raíz es la misma y hemos visto cómo se fusionaba”, explica un Homar que concluye que Ramón de la Cruz enamora por su equilibrio entre ligereza y profundidad: “Describe a unos seres humanos, una sociedad, a los que podemos reconocer. Y podemos amar”.