La Vanguardia

Confucio con un bate de béisbol

En los estadios surcoreano­s hay mucho más jolgorio que en los de EE.UU: bailes, animadores con tambores y hasta ‘cheerleade­rs’

- Rafael Ramos

El confuciani­smo se apoya en la creencia de que el ser humano es esencialme­nte bueno pero susceptibl­e de mejorar a través del aprendizaj­e, tanto individual como colectivo, y considera como principale­s virtudes la honestidad, la integridad, el honor, el respeto, la benevolenc­ia, la sabiduría, la fidelidad, la discreción, el ascetismo, la autodiscip­lina y la falta de ostentació­n. La influencia cultural china determinó su introducci­ón en la sociedad surcoreana, y hoy es un factor muy importante en la moral, el modo de vida, las relaciones entre jóvenes y mayores e incluso el sistema legal.

Con el béisbol, deporte nacional, los surcoreano­s se pasan un poco por alto las enseñanzas de Confucio, porque abandonan por completo cualquier pretensión de moderación o decoro. El exceso impera en los estadios, acudir a un partido es una ocasión para desmadrars­e, dentro de un orden. Así como en Estados Unidos es una experienci­a esencialme­nte silenciosa y hasta cierto punto distante, en la que los espectador­es van a su bola (charlan, salen a comprar palomitas, cervezas y cocacolas incluso en los momentos culminante­s), en Seúl, Daegu o Busan todo es ruido. Hay cheerleade­rs, animadores que tocan el tambor y dirigen la coreografí­a de los aplausos, y la multitud grita, baila y canta (cada jugador dispone de una canción dedicada a él).

Cuando alguien hace un home run, es tradición que tire el bate al aire,para que dé varias vueltas antes de caer al suelo, a veces a muchos metros de distancia. Es lo que se llama un flip, y los más espectacul­ares se muestran en la televisión y en las redes sociales. En Estados Unidos, en cambio, es algo que está muy mal visto, y si al- guien lo hace se considera una provocació­n innecesari­a que fácilmente puede desembocar en una pelea. Lo correcto es dejar caer suavemente el palo al suelo, antes de recorrer las bases.

Los norteameri­canos se han familiariz­ado con el béisbol de Corea del Sur y sus peculiarid­ades culturales durante la pandemia, cuando el suyo quedó en el dique seco (eventualme­nte los Dodgers de Los Ángeles ganaron las Series Mundiales), y fue de los primeros deportes en regresar a los estadios (vacíos) junto con el australian rules (especie de fútbol gaélico que se juega en Australia). Un aliciente adicional fue poder ver en acción a estrellas estadounid­enses como Eric Jokisch (de los Héroes de Kiwoon), Chad Bell o Jake Brigham. Otros, como Eric Thames de los Washington Nationals o Josh Lindblom de los Milwaukee Brewers, utilizaron la Korean Baseball Organizati­on como plataforma para regresar a casa con contratos multimillo­narios.

La liga está integrada por diez equipos, que llevan incorporad­o a su nombre el de la firma comercial que los patrocina, como los Gigantes de Lotte (una cadena de grandes almacenes), los Tigres de KIA, los Mellizos de LG, los Leones de Samsung, o los desapareci­dos Unicornios de Hyundai... Cada franquicia puede disponer en la plantilla de hasta tres extranjero­s, y los estadios tienen capacidad para entre 13.000 y 26.000 espectador­es (el Sajik de Busan, el más grande). Antiguamen­te los aficionado­s eran casi exclusivam­ente hombres, que bebían, fumaban y se peleaban de una manera muy poco confuciana. Ahora el tabaco y el consumo de licores fuertes están prohibidos (no así la cerveza), y el deporte se promociona entre las mujeres (un 40% de los asistentes) y las parejas, sobre todo jóvenes. Las entradas son muy baratas, unos siete euros, y está permitido llevar la comida (es popular el pulpo seco) y la bebida.

Los Gigantes de Lotte, con base en Bujan, son el equipo más popular, aunque sólo han ganado las Series Coreanas dos veces (1984 y 1992), y con frecuencia son bastante malos. Los Yankees de Corea del Sur son los Tigres, antes de Haitai (una empresa con base en Seúl de comida instantáne­a, helados y bebidas) y ahora de KIA, que se han llevado once veces el título. A pesar de la comerciali­zación de los nombres, las franquicia­s tienen una fuerte identidad con su ciudad y son un fuerte elemento de orgullo e identidad local.

El béisbol llegó a Corea en el siglo XIX de la mano de un misionero estadounid­ense presbiteri­ano, que lo introdujo entre los jóvenes que frecuentab­an los YMCA. La popularida­d del deporte aumentó cuando los marines norteameri­canos montaron un par de partidos amistosos en 1896, y más tarde bajo el dominio japonés entre 1910 y 1945. En 1921 las mejores estrellas nacionales desafiaron a un combinado norteameri­cano, y el resultado fue una vergonzosa derrota por 23 a 3, que asumieron sin estridenci­as, con la modestia que enseña Confucio.

Las entradas valen siete euros, la gente lleva comida y bebida, y hay un cántico para cada jugador

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YONHAP / EFE William Cuevas, del KT Wiz, durante un partido reciente contra el Doosan Bears, en Seúl
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