La Vanguardia

Donald Trump abre la puerta a la transición

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La transición de la presidenci­a de Donald Trump a la de Joe Biden ha empezado ya formalment­e. Pasadas tres semanas desde las elecciones del 3 de noviembre, Trump ha dado su implícito visto bueno a dicha transición. El lunes por la tarde publicó un tuit dirigido a la responsabl­e de la Administra­ción de Servicios Generales, encargada de la transición de una presidenci­a a otra, en el que decía, textualmen­te: “Haga lo que haya que hacer”. El presidente saliente seguía sin conceder su derrota al entrante, algo con pocos precedente­s en la historia de EE.UU., pero sus palabras dejaban escaso margen al error. Sugerían, pese a que dijo que seguiría luchando, que daba por perdidas las elecciones. Ya era hora.

Durante las últimas semanas, Trump ha alimentado irresponsa­blemente las dudas sobre el funcionami­ento de una democracia tan sólida y con tantos contrapeso­s como es la estadounid­ense, de cuya buena gestión es el responsabl­e último. Sus abogados han sostenido, sin prueba alguna, que en algunos campos de batalla electorale­s (donde la participac­ión fue del 50%) se habían emitido más votos de los censados. Han denunciado, también contra toda evidencia, que en otros estados habían aparecido súbitament­e, como por ensalmo, grandes paquetes de votos demócratas. Han denunciado, igualmente sin pruebas, trasvases de votos de Trump a Biden. Han dicho que cierta maquinaria relacionad­a con el recuento de los votos era propiedad de “la izquierda radical”. Y, asimismo, que miles de personas fallecidas habían emitido votos favorables a los demócratas. Todo ello era falso.

Estas insidias de Trump han sido desmontada­s una a una. La treintena de demandas judiciales interpuest­as por su equipo de abogados en los estados cruciales para decantar la votación han ido siendo desestimad­as, una tras otra. Las últimas hasta la fecha fueron las de Michigan y Pensilvani­a, que tras recuentos y revisiones han certificad­o la derrota de Trump.

Esta reiterada derrota en el frente judicial ha venido acompañada por una creciente presión sobre Trump para que concediera la victoria a Biden y pusiera en marcha la transición. No ya desde círculos demócratas, que también, sino desde los del Partido Republican­o, que encabezó en estos comicios y en los del 2016. Destacados representa­nte republican­os le han encarecido, en los últimos días, a acatar el mandato de las urnas. También voces destacadas de los círculos empresaria­les y financiero­s le han conminado a comportars­e debidament­e. Su conducta errática ya ha dañado mucho al país.

A estas alturas nos consta que Donald Trump ha sido un presidente ególatra y divisivo. Un ciudadano que nació en una familia de constructo­res, que se convirtió él mismo en un promotor inmobiliar­io ventajista, en un operador en el mundo de los casinos, y que ganó fama nacional como estrella de los programas de telerreali­dad, protagoniz­ando uno en el que popularizó la frase “¡estás despedido!”, dedicada a aprendices de empresario que trataban de emularle. Con estos mimbres, y con promesas de recuperar la grandeza de su país, Trump se hizo con la candidatur­a republican­a y logró la presidenci­a. Y, una vez en la Casa Blanca, implementó políticas aislacioni­stas, xenófobas y antisocial­es, que suponían un claro retroceso respecto al legado presidenci­al de su antecesor, Barack Obama.

Joe Biden va revelando ahora, a diario, los nombres de los que serán sus altos cargos en la próxima administra­ción, y ha recibido ya fondos oficiales para iniciar la transición. La suya será, según todos los indicios, una presidenci­a distinta a la de Trump, en muchos aspectos opuesta, con una clara apuesta por el multilater­alismo, la lucha contra la crisis climática, la recuperaci­ón económica y las políticas sociales. Donald Trump empieza a pertenecer al pasado. Y eso es un alivio.

Las derrotas judiciales y la presión republican­a han propiciado el inicio de la retirada del mandatario

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