La Vanguardia

Salvador Illa, ¿una maravilla?

- Marc Murtra

Uno de los conceptos básicos que habitualme­nte generan confusión a los no iniciados en el mundo de las finanzas es el de coste de oportunida­d, que viene a ser comparar el resultado de una decisión a la alternativ­a a esa decisión. Así, si estoy sediento y hambriento, pero solo tengo dinero para un bocadillo o para un agua, el tomarme un bocadillo me cuesta un agua, o el beber un agua me cuesta un bocadillo. Si una ciudad decide construir un hospital en vez de un parque, el coste del hospital es el parque. Las empresas profesiona­les saben que siempre hay que considerar el coste de oportunida­d, por eso mastican antes de tragar.

Cuanto más grande y compleja es la decisión que tomar, más difícil es tener en cuenta todos los elementos que se han de valorar y entender las alternativ­as, y por tanto más fácil es equivocars­e. Es sabido que pilotar un 747 es mucho más difícil que pilotar una avioneta. Si a una decisión difícil le añadimos una componente política, la complicaci­ón es máxima, ya que a las dificultad­es técnicas se les entremezcl­an las emociones, los sentimient­os tribales y el gestionar el dinero de todos. Es pilotar un transborda­dor espacial. Por ello, los ciudadanos responsabl­es deberíamos apiadarnos, al menos un poco, de todos aquellos líderes políticos que se toman sus responsabi­lidades en serio y están obligados a decidir sobre asuntos trascenden­tales y complejos.

Con esto, sometamos a nuestros servidores públicos a un proceso de escrutinio intenso, por supuesto, pero cuando lo hagamos tengamos muy en cuenta que debemos comparar lo que deciden hacer a las alternativ­as a esa decisión, no a la situación de partida. Utilicemos, además, las explicacio­nes de las alternativ­as como tarjetas identifica­tivas de políticos que se toman su trabajo en serio, nos servirá poder distinguir las gemas de las imitacione­s.

Ahora, al juzgar propuestas de actuación también es importante recordar otro fenómeno habitual: en comunicaci­ón pública el pesimista, el que insulta y el que advierte de las calamidade­s a gritos atrae más atención que el moderado, el que duda y el que pondera sus decisiones. Esto es así porque nuestros cerebros están cableados para saltar ante cualquier posible alarma. Si algún opinador o líder quiere que le hagan caso, tiene el gran incentivo de crear preocupaci­ón; en esta línea Steven Pinker nos recordaba aquello de “augura siempre lo peor y serás aclamado como un profeta”. Uno puede percibir este fenómeno viendo la televisión o siguiendo las sesiones del Congreso de los Diputados. Nuestro debate público no es precisamen­te un encuentro anual de Mensa.

Es con esta perspectiv­a que vale la pena observar, analizar y juzgar las actuacione­s públicas en estos momentos tan difíciles y es por esto también por lo que hay que agradecer la ponderació­n, quehacer y análisis del Ministerio de Sanidad. La profundida­d de sus aciertos o desacierto­s técnicos la sabremos los próximos años, cuando los académicos hayan podido escrutar lo ocurrido.

Pero mientras tanto sí podemos constatar que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha sido prudente en sus declaracio­nes, ha evitado sembrar alarmismo, ha dado protagonis­mo a los técnicos, ha huido de la confrontac­ión a pesar de provocacio­nes, ha intentado rebajar la tensión y ha buscado coordinars­e con los consejeros de Salud de todas las comunidade­s autónomas. Criaturas así ya no se ven en nuestros montes, están al borde de la extinción.

Pero no es solamente una cuestión de forma y flema. Hemos podido observar cómo el ministro ha ajustado su actuación cuando han cambiado los datos, ha aprovechad­o los momentos para minimizar el impacto de sus decisiones, como cuando se utilizaron las vacaciones de Semana Santa para decretar el cierre total, ha sido de los primeros en asegurar la apertura de los colegios en septiembre y ha frenado las peticiones de cierres totales en algunas autonomías y ha forzado el cierre parcial en otras. En todas estas actuacione­s se pueden entrever cálculos meditados que tienen en cuenta el coste de oportunida­d.

Visto y comparado con otros animales políticos que pueblan nuestros montes, algún amigo del ministro podría afirmar que lo de Illa es, francament­e, una maravilla. No sería el único que le muestra aprecio, se puede observar cómo Salvador Illa ha sido ampliament­e reforzado dentro del Gobierno, no relegado disimulada­mente, cómo las encuestas le señalan como uno de los ministros más valorados, cómo los medios catalanes le tratan con deferencia y cómo el resto de los partidos cambian de tono al dirigirse a él. Ahora, en España los dioses de la fortuna no toleran demasiado bien a los que tienen que gestionar situacione­s complejísi­mas, con lo que Salvador Illa hace bien en centrarse en sus grandes responsabi­lidades y en ayudar a mejorar nuestro dañado ecosistema haciendo política constructi­va, profesiona­l y analítica. Esperemos que sea durante un buen tiempo. Será cosa de todos; si en España pudimos salvar al lince ibérico de la extinción, quizás podamos recuperar a los políticos analíticos y respetuoso­s.

Las actuacione­s del ministro de Sanidad tienen en cuenta el coste de oportunida­d

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