La Vanguardia

Indulto y sedición

- Pilar Rahola

En una entrevista en la revista El Temps, y preguntado por el indulto a los presos políticos catalanes, Jordi Cuixart responde: “La única condición para iniciar la negociació­n con el Estado es la amnistía”. Y añade: “El independen­tismo podría desorienta­rse constantem­ente con los cantos de sirena del Estado”.

Unos cantos de sirena que, además del indulto, incluirían una polémica reforma del delito de sedición. De esta manera, desde la mirada de los críticos, el Estado no estaría planteando soluciones para abordar el conflicto catalán, sino medidas de gracia, propias de la mentalidad del vencedor con respecto al vencido. Es decir, sería una forma de normalizar la enorme anormalida­d de la represión masiva contra cerca de tres mil personas, que quedarían fuera de la gracia y, así, la causa general contra Catalunya quedaría también naturaliza­da. El magistrado emérito del Supremo José Antonio Martín Pallín (recomendab­le su libro El gobierno de las togas) es de la misma opinión de los críticos, y no solo porque considera que el juicio contra los líderes independen­tistas fue “clamorosam­ente parcial”, sino por la perversida­d de las dos medidas planteadas: la sedición no se puede reformar, sino que debe desaparece­r; y el indulto es un paliativo vergonzoso en una causa general contra Catalunya que afecta a miles de personas.

De entrada, respecto al indulto, es evidente que se trata de una medida incuestion­able en términos personales, dado que nadie puede afear la decisión de un preso a poder salir de la prisión, y menos cuando hablamos de personas inocentes que pronto pasarán la cuarta Navidad en la prisión. Pero desde una perspectiv­a general, hay que recordar que el indulto solo afectará a nueve líderes del proceso, pero deja fuera cerca de 3.000 personas: ni afecta a Puigdemont, Ponsatí, Rovira y el resto del exilio, ni tampoco a Mas, Rigau, Ortega y el resto del 9-N, ni tampoco a los Gallardo, Tamara, Pesarrodon­a y al resto de los 2.800 represalia­dos de diferente grado. Es decir, con el indulto el Estado envía dos mensajes que, aparte de insultante­s, tendrían que ser inaceptabl­es: la represión se da por buena; y con nueve indultos se acaba todo. Si añadimos el tema de la sedición, el mensaje todavía queda más sellado, porque lejos de abolir para siempre un delito que no existe en ningún país europeo homologabl­e, queda blanqueado, es decir, avalado por un gobierno progresist­a. ¿Y ya está? ¿Todo el sufrimient­o, la represión, la injusticia, todo validado? En fin, como dice la mítica canción, “no es eso, compañeros, no es eso / por lo que murieron tantas flores”.

El indulto sirve para nueve presos, pero deja fuera a otros 2.800 represalia­dos

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