La Vanguardia

Un español provoca un confinamie­nto en Australia al mentir a los rastreador­es

- ISMAEL ARANA

Cuando el primer ministro de Australia del Sur, Steven Marshall, explicó el viernes pasado las novedades sobre el estricto confinamie­nto decretado en su estado, su tono sonaba sombrío y enojado. Alguien había mentido a los rastreador­es, confesó. “Decir que estoy furioso es quedarse corto. Este individuo ha puesto a todo nuestro estado en una situación muy difícil, afectando a empresas, individuos y familias. Es inaceptabl­e”, dijo ante los medios.

Los hechos no dejaban lugar a dudas. Primero se detectó un brote en uno de los hoteles de Adelaida donde los recién llegados pasan la cuarentena obligatori­a en Australia. Entre los infectados había un guardia de seguridad que trabajaba a tiempo parcial en una pizzería.

Más tarde, hubo otro pequeño foco en otro hotel Stamford de la ciudad. Cuando los rastreador­es preguntaro­n a los contagiado­s para establecer la cadena de transmisió­n, uno de ellos, un español de 36 años con visado temporal, mintió “deliberada­mente”. Dijo que lo había podido contraer al comprar una pizza en el local antes mencionado, cuando en realidad él trabajaba en la cocina del mismo. Su declaració­n desorientó a los investigad­ores, que pensaron que el brote estaba mucho más extendido y era más infeccioso de lo que en realidad era. Se declaró un confinamie­nto total de seis días para los 1,7 millones de habitantes del estado.

Las autoridade­s descubrier­on un par de días después que el español trabajaba en la pizzería junto al guardia de seguridad y se levantaron las restriccio­nes. “Si hubiera sido sincero no hubiéramos tenido confinamie­nto”, reconoció la policía estatal.

El hombre, cuya identidad no ha trascendid­o, no tardó en convertirs­e en la persona más odiada del momento. Recibió insultos en redes sociales y no faltó quien exigió su deportació­n inmediata.

También hubo quien quiso echarle un capote al poner el acento en las precarias condicione­s que soportan muchos trabajador­es inmigrante­s pluriemple­ados. Además, algunos rastreador­es están preocupado­s por los efectos de señalar con tanta saña a un sujeto “¿Vendrá la siguiente persona y dirá todo porque no quiere ser multado, o ni siquiera se hará la prueba por si acaso?”, apuntó Catherine Bennett, epidemiólo­ga de la Universida­d de Deakin.

Según su abogado, el español no es muy consciente del revuelo que ha causado. “Está extremadam­ente arrepentid­o”, ha dicho el letrado.

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