La Vanguardia

JOAQUÍN LUNA

- Joaquín Luna

Bien mirado, la pifia tuvo su gracia: Diego Maradona peloteando en 1984 en la playa de Castelldef­els con unos chavales a los que dice, muy formal, en un anuncio de la campaña de la Generalita­t: “Si te ofrecen drogas di, simplement­e, no”. O, junto a Jordi Pujol en Palau, soltando a la prensa: “Acepté de inmediato (rodar el anuncio) porque me dan mucha lástima esos chicos drogados”.

Pese a las apariencia­s y el spot

–un mal día lo tiene cualquiera–, Maradona nunca pareció un tipo hipócrita. Al contrario. Ya se drogaba en la Barcelona macarra, noctámbula y parrandera de los años ochenta, siempre con malas compañías, pero debió considerar un deber apartar del vicio a los muchachos que nunca dispondría­n de las segundas, terceras y cuartas oportunida­des de las que él gozaría.

Se ha ido Diego Armando Maradona y uno se pregunta quién fue, más allá del futbolista. ¿El caos? ¿El eterno adolescent­e? ¿Un gran o un pequeño hombre?

Por suerte para todos, Maradona son algunos instantes de felicidad suprema con tanta o más hipocresía que la suya en el del anuncio de autos. Si el árbitro o el VAR hubiesen anulado aquel gol ilegal contra Inglaterra en cuartos de final del Mundial’86, se habría hecho justicia. Como es sabido, Maradona remató con el puño izquierdo ante un arquetipo de honradez (o la sosería del puesto), el guardameta Peter Shilton.

Yo soy de los que antepongo la grandeza de aquel gol a la justicia universal porque si algo permite el fútbol es ser así de arbitrario­s. Y responder al salir del vestuario, con media prensa mundial expectante, que “fue la mano de

Dios” es una de las frases más geniales y memorables de la historia del deporte. El siguiente instante fue su segundo gol, que es al individuo lo que el cuarto gol de

Brasil en la final de 1970 a la sociedad. Maradona regatea a seis rivales y cuando ya se vence, algo barrilero, la mete con la zurda. Fin de la historia.

Solo a un pueblo como el argentino, mitad italiano, mitad español, se le podía haber ocurrido atacar las Malvinas así como así, conduciend­o de paso a la muchachada al matadero. “Sabíamos que a muchos argentinos los habían matado allá como pajaritos”, recordaba Maradona del ambiente en la albicelest­e previo al duelo contra Inglaterra. De nuevo, la arbitrarie­dad: todos pensamos que era una revancha divina.

Ejemplo de nada fuera del campo, ángel en la cancha, siempre fue complicado ajustarle cuentas a un tipo capaz de amasar una fortuna y parecer el eterno desclasado.

La hipocresía de Diego en el anuncio antidrogas es la nuestra babeando con el gol de “la mano de Dios”

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