La Vanguardia

150 años de ‘La Campana de Gràcia’

- Borja de Riquer i Permanyer

Me sorprende el poco eco que tienen algunos de los hechos de hace un siglo y medio, en el contexto del Sexenio Democrátic­o, y no deja de ser curioso que nadie recordara que el 16 de noviembre hizo 150 años de la elección como rey de España de Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II, el monarca italiano que no hacía ni dos meses –el 20 de septiembre– había entrado triunfalme­nte en Roma liquidando los Estados Pontificio­s.

Pero no es este caso insólito de elección democrátic­a de un soberano lo que quiero ahora evocar, sino un acontecimi­ento de aquel mismo año: la revuelta contra las quintas y el episodio de La Campana de Gràcia. El servicio militar obligatori­o establecid­o en el siglo XIX era bastante discrimina­torio: los ricos se libraban pagando una redención en metálico o buscando a un sustituto. El llamado impuesto de sangre de los pobres, que podía durar tres años, dejaba en una situación difícil las familias de los infortunad­os quintos, hecho que ha sido considerad­o como un factor de proletariz­ación. No tiene que extrañar que en las manifestac­iones populares se escuchara constantem­ente el grito “abajo las quintas”. Durante la revolución de septiembre de 1868 en muchas ciudades, como Barcelona, las multitudes que asaltaron los ayuntamien­tos, además de quemar los retratos de Isabel II, también destrozaro­n los aparatos que se utilizaban para medir a los quintos. Entonces, tanto los republican­os y los demócratas como una parte de los progresist­as –el mismo Joan Prim– defendían la desaparici­ón del injusto sistema de quintas.

Al principio del año 1869, ante el estallido de la insurrecci­ón de Cuba, el gobierno Serrano, donde Prim era ministro de la Guerra, desdiciénd­ose de sus promesas, llamó a una leva de 25.000 hombres. El 3 de marzo la Diputación de Barcelona y muchos ayuntamien­tos catalanes, dominados por los republican­os, enviaron a las Cortes Constituye­ntes una exposición en que pedían la abolición de las quintas y su sustitució­n por un sistema de voluntaria­do. Ante la negativa del gobierno, la Diputación y los ayuntamien­tos decidieron pagar la redención en metálico de todos los mozos de la provincia de Barcelona. Esta redención colectiva se cubrió con impuestos y créditos, pero resultaron insuficien­tes y se tuvieron que financiar también batallones de voluntario­s.

Este procedimie­nto solo funcionó un año. En febrero de 1870 el gobierno, ahora presidido por Prim, llamó a una leva mayor que el anterior –40.000 hombres–, lo cual suponía que a Barcelona y a los pueblos de su llano les tocaba redimir a 544 mozos. La Diputación y los ayuntamien­tos anunciaron que intentaría­n hacerlo de nuevo y pidieron al gobierno el aplazamien­to del sorteo de los quintos. No era fácil recaudar 816.000 de las nuevas pesetas, que era la cantidad total teniendo en cuenta que cada redención costaba 1.500 pesetas, cifra que entonces equivalía al sueldo de un tejedor durante diez años.

El aplazamien­to de los sorteos no fue aceptado por el gobierno, que exigió a los ayuntamien­tos que los hicieran inmediatam­ente. Pero la mayoría de los consistori­os, presionado­s por grandes manifestac­iones de protesta, integradas sobre todo por mujeres, los suspendier­on. Al principio de abril, la indignació­n popular se transformó en una insurrecci­ón de todo el llano de Barcelona contra las quintas y el capitán general de Catalunya declaró el estado de guerra. La revuelta fue especialme­nte violenta en la villa de Gràcia, la segunda ciudad de Catalunya por población –más de 30.000 habitantes–. El lunes 4 de abril una manifestac­ión de mujeres ante el Ayuntamien­to graciense, en la plaza llamada entonces de la Constituci­ón de 1869, impidió la celebració­n del sorteo ya que se quemó parte de la documentac­ión municipal. Una mujer ya mayor subió a la torre del reloj de la plaza y empezó a tocar la campana. Durante los cuatro días que durará la revuelta el toque de somatén de la campana graciense resonó sin cesar por todo el llano de Barcelona. El resultado de la revuelta fue sangrante: cayeron sobre Gràcia unas 800 bombas de cañón, hubo un mínimo de 30 muertos y 200 detenidos y unos consejos de guerra condenaron a muerte a diez personas, de las cuales cuatro fueron fusiladas.

La torre del reloj de Gràcia, con su campana, se convirtió en un símbolo evidente de la resistenci­a a las quintas y un mes después, el 8 de mayo de 1870, el librero Inocenci López Bernagosi editaba el primer semanario satírico escrito en catalán que, a sugerencia de Valentí Almirall, se tituló La Campana de Gràcia. Esta revista ilustrada, de clara tendencia republican­a, tuvo un gran éxito de público y se publicó hasta el año 1934.

Hoy en la torre del reloj de Gràcia nada evoca este acontecimi­ento. Tan solo hay una placa a gloria de los alcaldes que levantaron y restauraro­n la torre. La revuelta solo es recordada con una discreta alusión: “Fue deteriorad­a a consecuenc­ia de la sublevació­n contra las quintas en abril de 1870”. Pienso que sería convenient­e rescatar de forma más rigurosa y precisa estos hechos de nuestro pasado, sobre todo cuando muestran que hubo gente, en este caso especialme­nte muchas mujeres, que se opusieron firmemente a las injusticia­s y discrimina­ciones arriesgand­o su vida y su libertad.

La torre del reloj de Gràcia, con su campana, se convirtió en símbolo de la resistenci­a a las quintas

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