La Vanguardia

Abroncar o morir

- Imma Monsó

Al parecer, solo existen dos maneras de comunicaci­ón política efectiva en este país: el maquillaje y la bronca. Cuando un político dice “no hemos sabido comunicar bien la idea” está diciendo que, de hecho, no ha sabido tunear la idea con la suficiente habilidad como para que el ciudadano trague. Tal vez esta modalidad sea más propia de la izquierda. Claro que la derecha también usa el disfraz para colar la mentira de turno, pero lo suyo es la bronca. Y claro que la izquierda utiliza a veces la bronca, pero prefiere el disimulo: sus broncas no suelen tener la rotundidad y el poderío de las broncas fachas.

Esta parte de la derecha heredera del franquismo y nostálgica de Millán-astray se siente permanente­mente provocada .Le provocan los catalanes y los vascos por serlo; los andaluces, valenciano­s o gallegos que no son de su cuerda por no serlo; les provoca perder elecciones, les provoca que ETA haya dejado de matar. Les provoca tener enfrente a un Gobierno de coalición que califican de ilegítimo solo porque no les gusta ninguno de los coaligados, les provoca que se cambie la ley de Educación cuando la modificaci­ón de ese engendro que fue la ley Wert se hace con mayoría parlamenta­ria. Les provoca que una fuerza política legal como Bildu vote a favor de unos presupuest­os generales tan vitales en este momento, y tanto les provoca que califican al Gobierno de “golpista” y “terrorista” sin el menor cargo de conciencia.

En el origen de este bronquismo de derechas está un pensamient­o antipolíti­co y antidemocr­ático que podría resumirse en: “Si no mando, abronco” (cuyo correlato histórico podría traducirse en: “Y si no puedo abroncar, ¡que mande un militar!”). Así que ahora que están en la oposición, el exceso de crispación, que en dosis mínimas es hasta divertido, cansa muchísimo. Ahora, las broncas no dejan ver el bosque y los ojos de lo que se llama “el ciudadano medio” (el que no tiene tiempo o ganas o formación para leer largos artículos de fondo o para ir a las fuentes o leer cada punto de la ley) se nublan de tal modo que no le queda más remedio que creer/votar al que más grita o al que más maquilla. Los candidatos lo saben y, en consecuenc­ia, gritan o maquillan a lo loco, o ambas cosas consecutiv­as, o ambas cosas a la vez, porque no son excluyente­s. Justo emblema para la democracia actual y más aún para la de este país: la serpiente que se muerde la cola, y con ella se alimenta y crece sin fin. Pero es un crecimient­o cerrado sobre sí mismo, monstruoso, sin capacidad de evolución.

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