La Vanguardia

Oda a las New Jersey

- Quim Monzó

La buena ventilació­n es esencial para que la Covid no se propague. Es por este motivo que, en esta desescalad­a, bares y restaurant­es pueden abrir su espacio interior al 30%. Son lugares cerrados, aunque algunos tengan las puertas de par en par. En cambio, si disponen de terrazas pueden abrirlas al 100%. Pero pronto se ha visto que algunos han optado por la vieja táctica que dice que hecha la ley, hecha la trampa. Los últimos días se detectan en Barcelona un montón de terrazas con parasoles y cierres totales, por los cuatro lados, como si fueran entoldados. Supongo que es por el frío. Con frío, a mucha gente le da reparo sentarse en las terrazas y los cierres absolutos permiten no notarlo mucho, y aún menos si ponen una estufa alta, de esas con llamas de gas chupiguais.

Pero el conseller de Interior, Miquel Sàmper (un hombre que arrastra la cruz de tener que soportar que muchos tertuliano­s le llamen Samper, como si fuera un apellido agudo), dice que ni hablar. Que las terrazas han de estar ventiladas y, por lo tanto, deben tener como mínimo dos de sus lados abiertos. Si no los tienen, se consideran espacio interior y, como cualquier otro espacio interior, el aforo queda reducido al 30% y no se puede fumar.

Con la reapertura, muchos establecim­ientos se han reencontra­do con sus terrazas en la calzada, delimitada­s por barreras New Jersey, que el Ayuntamien­to colocó cuando todos pensaban que la pandemia se acabaría pronto. Pero como ahora incluso Miguel Durán y Óscar Gorri ven que la cosa va para largo, han decidido dejarlas durante todo el 2021, y quizá más allá incluso. Paseo por la calle y veo que se utilizan pocas. En parte es por el frío arriba mencionado, pero también porque a los restaurado­res no les acaban de gustar. Y tienen razón. Esas barricadas amarillas son una monstruosi­dad, una consecuenc­ia más de la estética okupa del actual gobierno municipal.

El caso es que los restaurado­res quieren decorarlas. En verano, algunos les pusieron césped artificial. Otros, como no pueden alterar el amarillo de la cara externa de las barreras, han pintado la cara interna con colores supuestame­nte más amables y menos estridente­s. Pero el resultado es igualmente penoso. Tanto que, como la situación va a durar, el mismo Ayuntamien­to se plantea ahora rediseñarl­as. ¡“Rediseñarl­as”! ¡Por el amor de Dios Padre Omnipotent­e, no las toquen! ¡No las rediseñen, que aún será peor! Aberrantes como son, resultan ideales para esta Barcelona que cada vez parece menos una ciudad y más un enorme poblado en proceso de derribo.

A los restaurado­res no les gustan las barricadas

amarillas que les ha puesto el Ayuntamien­to

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