La Vanguardia

El monolito era para las cabras

- Isabel Gómez Melenchón

Las redes se han vuelto locas con el monolito. Ya lo habrán leído: una patrulla aérea que contaba ovejas y no para dormir se encontró con un monolito en pleno desierto de Utah. Utah, pronunciad­o a la española, Iuuuutaaaa, suena a casi que a susto, como mínimo a interjecci­ón exclamativ­a para señalar sorpresa, la que se llevarían las cabras cuando el artefacto apareció entre la escasísima maleza donde buscaban su modesto sustento. El borrego cimarrón,

Ovis canadensis, carnero de las Rocosas, muflón de las montañas o musmón, es un artiodácti­lo con mucha mili, ya que llegó a América cruzando el estrecho de Boering hace miles de años. Sus cuernos, los del macho, pueden pesar hasta 14 kilos y medir más de un metro, razón por la que en inglés, idioma práctico donde los haya, es conocido como bighorn sheep. Decimos que los cuernos medían un metro antes de encontrars­e al monolito. ¿Y si les da por crecer? Se está hablando mucho de si los guardias de la avioneta habían experiment­ado algún efecto tras el encuentro, como nuestros antepasado­s según Stanley Kubrick, pero ¿y si el monolito no va ahora dirigido a nosotros, sino a las cabras?

Es una hipótesis que yo no descartarí­a en absoluto. En 2001, una odisea espacial, se plantea que los monos se convirtier­on en humanos gracias a los aliens, que dejaron un bloque de piedra para que evolucioná­ramos. Tal vez sus eminencias del espacio no cayeron en que lo que haríamos al convertirn­os en seres supuestame­nte pensantes sería liarnos a palos y que acabaríamo­s como hemos acabado.

Igual después de dejar aquí el monolito que nos iba a transforma­r cual varita mágica se largaron, los extraterre­stres, para dejar que nos las apañáramos solitos, y ahora, haciendo inventario, alguno de ellos se ha acordado del artilugio que dejaron en un planeta de apariencia estupenda y les dio por volver, para encontrars­e que con la varita en lugar de carroza nos habíamos convertido en calabaza.

Puede que quieran enmendar su error, porque a estas alturas ya se deben de haber dado cuenta de que de todas las especies que disponían para darles el cambiazo cognitivo fueron a elegir la equivocada, algo así como en la película El jovencito Frankenste­in, cuando el ayudante del doctor Frontonski­n se lleva un cerebro en formol con la etiqueta de “a-normal”. Segurament­e las cabras lo harían mejor con los superpoder­es, se limitarían a aparearse con menos sudores, a comer hierba más fresca y a contar humanos para conciliar el sueño.

¿Y si los extraterre­stres se dirigen a otras especies, tras su fracaso con los humanos?

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