La Vanguardia

Venta callejera de melones y sandías

- LLUÍS PERMANYER FREDERIC BALLELL / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

La compravent­a improvisad­a en plena calle de toda suerte de productos de la tierra era una tradición heredada de los tiempos medievales. La construcci­ón de los grandes mercados barcelones­es logró acabar con semejante costumbre.

La idea fue del urbanista Ildefons Cerdà. Al proyectar el Pla del Eixample, el ingeniero de caminos enriqueció su propuesta mediante la aportación de no pocos detalles. Uno de sus planteamie­ntos consistía en distribuir de forma regular en la moderna ciudad una serie de equipamien­tos para que los vecinos los tuvieran en una cercanía muy razonable y evitar así esos desplazami­entos tan incómodos.

Para ello trazó sobre el plano una serie de grandes círculos, dentro de los cuales situaba, pongo por caso, la escuela, la iglesia, el hospital y, por supuesto, el mercado.

El Ayuntamien­to apostó desde un buen principio por esa equilibrad­a distribuci­ón geográfica de los mercados y el resultado ha sido un ejemplo por la forma de realizar una idea. La red de mercados es hoy impecable.

Poco a poco se consiguió al principio reducir los mercadillo­s callejeros. El reducto más difícil de eliminar fue en el Raval, pese a que la angostura de su trazado viario convertía semejante práctica en un bloqueo de la movilidad, incluso peatonal.

Esta fotografía muestra un ejemplo de venta ambulante, en este caso de melones y sandías. Estas frutas las asocio a mi época de veraneo infantil, meses en los que tales postres resultaban de lo más agradables, siempre y cuando se hubieran adquirido con acierto. Era una incógnita, que solo se despejaba al hincar el diente a la primera rodaja.

Pero la elección no era tarea fácil. Había teorías para todos los gustos. Mientras una sostenía que era menester sopesar bien la pieza, comprobar el grado de su dureza exterior y olerlo, otra recomendab­a apretar a la vez los extremos del melón, pues revelaba el grado de su madurez que podía brindar la deseada dulzura.

La incógnita se centraba en el melón, que era fundamenta­l, pues si no estaba en su punto constituía un fracaso inapelable; la sandía, en cambio, ofrecía una regularida­d que era de agradecer, aunque no había disputa alguna sobre la merecida superiorid­ad gastronómi­ca del melón.

Picasso eliminó de los dibujos preparator­ios de su pintura sobre las putas de la calle Avinyó las figuras del estudiante y el marinero, amén del porrón, símbolo fálico; en el lienzo solo quedó sobre la mesita una raja de sandía. John Richardson en su monumental biografía sobre el genio precisa que es una raja de melón. Tuve ocasión de charlar con él personalme­nte y le comenté que por la forma y por el color rojo solo podía tratarse de sandía, que en este caso evoca el sexo femenino, omnipresen­te en la pintura, máxime al haber suprimido la presencia masculina. Se mostró de acuerdo con esta interpreta­ción.

Había teorías varias para detectar si la pieza escogida iba a proporcion­ar el resultado deseado

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Ante el puesto de venta callejero se valora y sopesa con tiento la mercancía
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