La Vanguardia

¿Qué escritora e ilustrador­a envió a Roald Dahl a tomar viento de niño?

- LARA GÓMEZ RUIZ

Todo el mundo ha soñado alguna vez con conocer a su ídolo. También las personas más famosas. Roald Dahl, por ejemplo, desde que tuvo uso de razón fantaseó con encontrars­e con la escritora e ilustrador­a Beatrix Potter. Un sueño que cumplió a la pronta edad de seis años, aunque cabe decir que no fue como esperaba.

En casa del autor de Charlie y la fábrica de chocolate no faltaba un libro de la autora de South Kensington. Su madre se los leía desde muy pequeño y, con el tiempo, era el propio Roald el que elegía sus títulos de la biblioteca familiar. Su afán por saber más sobre la creadora de tan alegres historias era tal que un buen día convenció a su madre para que fueran a conocerla en persona.

Tras mucho indagar, madre e hijo dieron con el paradero de la reputada escritora y se presentaro­n en su granja. Potter, a la que nunca le gustaron las sorpresas, preguntó al pequeño Roald qué quería, a lo que respondió con entusiasmo: “Vengo a ver a Beatrix Potter”. “Muy bien –le espetó ella– ya la has visto. Ahora, esfúmate”. El niño, que no esperaba una contestaci­ón de ese tipo, había idealizado a Beatrix. Estaba convencido de que se iba a encontrar con una anciana tierna y cercana y se topó con su fuerte carácter. Pese a ello, la siguió admirando y continuó teniéndola como modelo a seguir. Tanto es así que, años más tarde, se acabaría convirtien­do él en un reputado escritor.

No es que la creadora de Peter Rabbit fuera una persona desagradab­le pero, los que la conocían, sabían bien que no tenía don de gentes, probableme­nte porque desde pequeña se acostumbró a estar sola.

Al igual que su hermano, fue educada en casa por profesores particular­es, por lo que nunca estuvo en una clase con más niños de su edad. Eso le convirtió en una persona con una vida interior fascinante, que con tan solo ocho años rellenaba cuadernos con dibujos sobre los animales que se le permitía tener en casa –entre los que se encontraba­n conejos, ratones, y patos, como en sus libros–, así como la flora y naturaleza que encontraba a su paso.

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