Noche épica en la ópera
El Liceu últimamente dice lo que piensa. Y ahora mismo, ante la sombra de cancelación que se cierne estas navidades sobre su Traviata debido a las restricciones de público que impone el Procicat, se expresa con una mezcla de impotencia, perseverancia y obstinación. De todo menos resignación. El Gran Teatre no tira la toalla, al contrario. Se sacude la vejación pasando una noche en vela, sumergido en un mantra que le permita renacer a la mañana siguiente más fuerte e invencible.
La noche es la de este martes a ayer miércoles. Y Francesco Tristano es su hombre para tal gesta. El pianista luxemburgués lleva a cabo una reflexión poética de 12 horas seguidas al teclado con un repertorio que raramente se tiene la ocasión de interpretar: Les vexations de Erik Satie, un Satie de desamor, del duelo sentimental a través de la repetición hipnótica de una melodía, hasta 840 veces si se quiere.
Corría 1963 cuando John Cage rescató en Nueva York esta composición de 1893. El show duró entonces casi un día entero y contó con relevos de una decena de pianistas, todos bien trajeados. Hasta se invitó a tocar algún crítico musical... a ver si quedaba claro que la música minimal y repetitiva era música seria.
La otra noche en el escenario del Liceu la propuesta era un hombre un piano. Y en riguroso directo por streaming. Una maratón en la que el artista era relevado –por el director artístico del teatro, Víctor Garcia de Gomar– sólo para ir al baño, en tres o cuatro ocasiones. Tocaba con una mano mientras con la otra bebía té o café, comía plátanos, mandarinas...
“Las primeras horas me han pasado volando, uno entra en una especie de mantra”, comenta el pianista al día siguiente. “Y a pesar de que no me ha sucedido como a Cage, que dijo que tras el concierto y un largo reposo había despertado en un mundo distinto y que él también era otro, la experiencia ha sido muy cageana. Estoy cansado y es difícil hablar en caliente de una experiencia verdaderamente épica”.
En la semioscuridad de la escena, con la capucha de la sudadera subida y el rostro escondido tras una innecesaria mascarilla, Tristano parece un grafitero clandestino... “Iba de homeless –dice–, quería eclipsarme, que mi presencia o mi look no interfirieran con la música. Porque en ese streaming en slow TV se iba construyendo a lo largo de las doce horas una imagen completa del reloj en el escenario a base de luces y piedras, un concepto de Falcon Muse Creative que me ayudaba mucho, como si trabajáramos juntos en un work-in-progress. Aquello no iba de mí, iba del paso del tiempo, de una reflexión, de un camino que cada uno hace...”
El músico pasó por todos los estadios. La melodía se antojaba distinta a medida que pasaban las horas, pasó de la esperanza a la tortura. A la hora 10 sintió un subidón, el canto del cisne, y a la hora 11 flojera, un calambre en una pierna... En la repetición perdía las referencias, el sentido del tiempo y del espacio. Pero sus colegas se fueron a dormir escuchándolo en el ipad, y al despertar su amigo aún estaba en sus pantallas. ¡Qué noche, qué happening!