La Vanguardia

Allí en el pozo del subconscie­nte

- Irene Solà

Hace unas semanas me sirvieron la merienda, en una panadería, sin mascarilla. Terrible delito, aunque en un primer momento no me di cuenta. Después casi me asusté. Pero no supe reaccionar. El panadero tenía una expresión amable, eficiente. No se alargó, no me dio conversaci­ón, envolvió el trozo de coca, me cobró y me marché, con aquel paquete en la mano que hace un año hubiera sido una simple merienda y ahora era una bomba, sin entender si había sido un acto de disidencia o un descuido. Me lo imaginé dándose cuenta de repente. Corriendo a taparse la cara, avergonzad­o.

A mí cada vez me pasa menos que me olvido la mascarilla, o que la pierdo, o que tengo que volver a casa a buscarla o que salgo del coche y me dirijo dondequier­a que voy sin ponérmela. En medio de un sueño, el otro día, un sueño literal, nocturno, de aquellos donde pasan muchas cosas y ninguna a la vez y donde se mezclan muchas personas que incluso se transforma­n unas en otras, me di cuenta de que no llevaban mascarilla. ¡Eh, pensé, soñando, no llevan mascarilla! Y al día siguiente llegué a la conclusión de que si se nos mete en los sueños la mascarilla, el virus, el gel de manos, que si nos calan hondo en el subconscie­nte, tardaremos años en sacarlos de allí dentro. Si es que los sacamos. Pasará el tiempo y estaremos en lugares distintos, y el mundo habrá cambiado, incluso la vacuna será un recuerdo lejano, y nuestros hijos o nietos o sobrinos o quien sea que nos escuche una tarde de domingo sentirán un interés diminuto y relativo por la pandemia, y aun así, nosotros, sin que venga a cuento, sin que nada a lo largo del día lo haya detonado, todavía soñaremos, alguna vez, con gente que lleva mascarilla.

Tengo un buen amigo que se operó los ojos de miopía hace años, pero que dice que, cuando sueña, todavía lleva gafas. Recurrente­mente, en sueños, las pierde, se las olvida, se las pone y ya no le van bien.

Cuando todo eso empezaba pregunté a mi abuela si sus padres o abuelos le habían contado algo de la gripe española de 1918. Me habló de unos bastoncill­os que su padre hizo para todos los hijos. Les dijo que cuando vinieran los aviones corrieran hacia los campos, se tendieran en el suelo y se metieran el bastón en la boca. Entendí que me hablaba de la Guerra Civil y no de ninguna pandemia. Y pensé, en su momento, qué lástima, que no le hablaran o que no recuerde la gripe. Pero ahora pienso si no debe de soñar, alguna noche, mi abuela con aquel bastoncill­o en la boca, con niños tendidos en el campo mientras les sobrevuela­n aviones.

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