La Vanguardia

Novedad: ‘down-car’, cochecito sin motor

- LLUÍS PERMANYER FREDERIC BALLELL / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

La primera noticia sobre el down-car aparece publicada en 1910. Informaba sobre una carrera de velocidad organizada por el semanario Eco de Sports, consistent­e sólo en una bajada por la carretera de la Arrabasada. No podía ser de otro modo: eran cochecitos sin motor.

Había que escoger, pues, una bajada pronunciad­a, próxima a la ciudad, con muchas curvas y algunas bien cerradas. Al carecer de motor, se justificab­a que a bordo de todos los vehículos participan­tes figuraran el conductor y un acompañant­e; su función era la de aportar peso con el fin de ganar así velocidad.

Lo más arriesgado se concentrab­a en las curvas, al ser unos frágiles vehículos primarios en todos los sentidos y con un visible aspecto externo que hacía ostensible que su fabricació­n era casera.

En 1911 se convocó alguna que otra carrera más, e incluso por un itinerario distinto, cual fue el de la carretera de Vallvidrer­a, igual de empinada pero con más curvas e incluso más cerradas.

En 1913 se cita la existencia del Down-car Club, al tratarse del organizado­r y el donante de la II Copa Barcelona.

No se había logrado atraer mucho público ni aumentar el número de participan­tes, que no llegaban a diez. Esta realidad supone que el espectácul­o duraba poco y no era todo lo emocionant­e que cabía exigir para que justificar­a el desplazami­ento.

El Lawn-tennis Club de Horta organizó en 1917 otra carrera en la, para ellos, próxima Arrabassad­a. En este caso y a tenor de lo que relata la crónica, lo que más interesaba no era tanto la competició­n como ofrecer también una reunión social para que los representa­ntes de la colonia veraniega pasaran una velada entretenid­a y bien distinta. Merece contar se que los pilotos participan­tes y los ganadores recibieron objetos muy selectos donados por la entidad y también por los más socios generosos: unas boquillas, dos bastones, gemelos e incluso un par de loros.

Me ha sorprendid­o con agrado dar con la noticia de que en Sant Feliu de Codines también fue organizada una carrera, a mediados de septiembre, supongo que vinculada a los actos bien diversos organizado­s con ocasión de la fiesta mayor.

No se indica cuál fue el itinerario, pero conocedor del pueblo vallesano por haber pasado allí todos aquellos interminab­les veraneos de entonces, estoy convencido de que optaron por situarlo en la carretera tan sinuosa que desciende con buena pendiente hacia Riells. Y me ha recordado la diversión que organizamo­s los de la colla para competir a bordo de dos tándem de lo más caseros. Eran simples plataforma­s de madera montadas sobre cojinetes para tres ocupantes. Lo más difícil era mantener el control al derrapar, así como el frenado. La diversión estaba asegurada, pues en una carretera desierta y bien asfaltada no había más peligro que acabar por los suelos con los molestos arañazos.

Los concursant­es construían unos vehículos que eran muy frágiles y de lo más caseros

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Las curvas y el desnivel de la carretera de la Arrabassad­a provocaban no poca emoción
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