Novedad: ‘down-car’, cochecito sin motor
La primera noticia sobre el down-car aparece publicada en 1910. Informaba sobre una carrera de velocidad organizada por el semanario Eco de Sports, consistente sólo en una bajada por la carretera de la Arrabasada. No podía ser de otro modo: eran cochecitos sin motor.
Había que escoger, pues, una bajada pronunciada, próxima a la ciudad, con muchas curvas y algunas bien cerradas. Al carecer de motor, se justificaba que a bordo de todos los vehículos participantes figuraran el conductor y un acompañante; su función era la de aportar peso con el fin de ganar así velocidad.
Lo más arriesgado se concentraba en las curvas, al ser unos frágiles vehículos primarios en todos los sentidos y con un visible aspecto externo que hacía ostensible que su fabricación era casera.
En 1911 se convocó alguna que otra carrera más, e incluso por un itinerario distinto, cual fue el de la carretera de Vallvidrera, igual de empinada pero con más curvas e incluso más cerradas.
En 1913 se cita la existencia del Down-car Club, al tratarse del organizador y el donante de la II Copa Barcelona.
No se había logrado atraer mucho público ni aumentar el número de participantes, que no llegaban a diez. Esta realidad supone que el espectáculo duraba poco y no era todo lo emocionante que cabía exigir para que justificara el desplazamiento.
El Lawn-tennis Club de Horta organizó en 1917 otra carrera en la, para ellos, próxima Arrabassada. En este caso y a tenor de lo que relata la crónica, lo que más interesaba no era tanto la competición como ofrecer también una reunión social para que los representantes de la colonia veraniega pasaran una velada entretenida y bien distinta. Merece contar se que los pilotos participantes y los ganadores recibieron objetos muy selectos donados por la entidad y también por los más socios generosos: unas boquillas, dos bastones, gemelos e incluso un par de loros.
Me ha sorprendido con agrado dar con la noticia de que en Sant Feliu de Codines también fue organizada una carrera, a mediados de septiembre, supongo que vinculada a los actos bien diversos organizados con ocasión de la fiesta mayor.
No se indica cuál fue el itinerario, pero conocedor del pueblo vallesano por haber pasado allí todos aquellos interminables veraneos de entonces, estoy convencido de que optaron por situarlo en la carretera tan sinuosa que desciende con buena pendiente hacia Riells. Y me ha recordado la diversión que organizamos los de la colla para competir a bordo de dos tándem de lo más caseros. Eran simples plataformas de madera montadas sobre cojinetes para tres ocupantes. Lo más difícil era mantener el control al derrapar, así como el frenado. La diversión estaba asegurada, pues en una carretera desierta y bien asfaltada no había más peligro que acabar por los suelos con los molestos arañazos.
Los concursantes construían unos vehículos que eran muy frágiles y de lo más caseros