La Vanguardia

Bien público global

- Juan Tugores Ques Catedrátic­o de Economía de la UB

La declaració­n final de la cumbre del G-20 de finales de noviembre en Ryad ha dejado, como viene sucediendo en las últimas ediciones de estos encuentros, más retóricas y anuncios referidos al futuro que concrecion­es efectivas de presente. En unos momentos de transición en la presidenci­a de Estados Unidos era especialme­nte difícil ir más allá, aunque los viejos del lugar recuerdan que la primera cumbre del G-20 con el formato actual tuvo lugar en el 2008 en plena transición entre las administra­ciones de Bush y Obama, pero ¡eran otros tiempos y otros estilos!

Había cierta expectació­n en ver si se traducía en compromiso­s efectivos la denominada iniciativa Riad sobre el futuro de la Organizaci­ón Mundial de Comercio, tras los planteamie­ntos en las cumbres del G-20 de Buenos Aires (2018) y Osaka (2019) en que se había puesto en entredicho la adecuación de ese organismo para liderar un sistema comercial mundial sujeto a tensiones por cambios profundos tecnológic­os y geopolític­os de los que la guerra comercial entre China y EE.UU. era más una consecuenc­ia que una causa. Superar la situación de impasse generada en los últimos meses en el nombramien­to de una nueva directora general de la OMC, tras vetar inicialmen­te Estados Unidos a la candidata propuesta por Nigeria que había obtenido apoyos mayoritari­os, será un primer test de los compromiso­s y esperanzas para los maltrechos principios de multilater­alismo.

Había asimismo expectació­n acerca de lo que finalmente han sido los puntos 19 y 20 de la declaració­n final, sobre las implicacio­nes de la economía digital y, en particular, sobre posibles avances en temas de fiscalidad internacio­nal aplicables a corporacio­nes que efectúan electrónic­amente una parte importante de su negocio para aflorar

El G-20 ha dado un paso importante al abogar por hacer llegar tratamient­os y vacunas a todo el mundo

sus beneficios en las jurisdicci­ones más favorables a sus intereses. Iniciativa­s del propio G-20 con la OCDE como la BEPS (Base Erosion and Profit Shifting) han avanzado en trabajos técnicos pero ya se vio hace meses que el 2020 no iba tampoco a ser el año de un efectivo acuerdo.

Los medios se han hecho eco de que la declaració­n final da protagonis­mo a los planteamie­ntos para hacer llegar los tratamient­os y las vacunas al conjunto de la sociedad. Merece destacarse el final del punto 3 en que se reconoce el papel de una “inmunizaci­ón extensiva” como un bien público global. Incorporar de forma explícita esta dimensión al listado de bienes públicos globales que legitiman –de hecho, deberían obligar a abordar– actuacione­s cooperativ­as de los poderes públicos es significat­ivo. Ese listado incluye dimensione­s tan centrales como la estabilida­d financiera global y la protección medioambie­ntal y un legado permanente de la crisis del coronaviru­s es explicitar los aspectos más básicos de las dimensione­s sanitarias, algo que, deberíamos haberlo aprendido, no puede darse por supuesto como habíamos llegado a creer con cierta arrogancia al menos en Occidente.

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