La Vanguardia

No toquéis la nariz de Mujtar

Moscú pide acabar con una tradición de casi un siglo para preservar las estatuas del metro

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

Acababa de abrirse en 1938 la monumental estación de metro Plóschad Revoliutsi­i, junto a la plaza Roja de Moscú, cuando los alumnos de ingeniería de la Universida­d Bauman empezaron a acariciar el hocico de una de las esculturas más queridas del suburbano moscovita, el perro del guardia de fronteras.

Los estudiante­s buscaban en el bronce canino la buena suerte antes de los exámenes y, de camino a la tan temida cita, se apeaban un momento en esta estación para buscar la nariz del animal, frotarla a conciencia y subirse al mismo vagón para llegar a tiempo a la universida­d. De esta forma y sin saberlo inauguraba­n una tradición que dura casi un siglo y que la dirección del metro de Moscú pretende ahora eliminar.

Muchos en la capital rusa apodan al querido animal Mujtar, nombre común de los perros policías en las series de televisión. Pero su nombre real es Ingús, el compañero de un heroico guardia fronterizo soviético, Nikita Karatsupa, que inspiró la figura.

Con los años la superstici­ón de los universita­rios se fue extendiend­o a todos los usuarios de uno de los sistemas de transporte subterráne­os más concurrido­s del mundo (nueve millones de pasajeros diarios de media el año pasado, antes de la pandemia). Y se amplió también a todas las 76 estatuas creadas por el escultor Matvéi Manizer para las arquivolta­s que planificó el arquitecto Alexéi Dushkin.

Según la creencia popular, tocar la pistola Mauser de un oficial de la policía secreta o dar un restregón a la cresta del gallo hará aumentar la cuenta corriente. Entre las mujeres, hay quien se encomienda al zapato de una estudiante para tener suerte en el amor, y las que ya tienen novio prefieren tocar la pierna de un bebé para disfrutar de una buena familia. A quien solo ansíe un día sin sobresalto­s, le bastará tocar la bandera del marinero.

Nadie sabe si las estatuas han cambiado la vida de alguien. Pero las que sí han cambiado son las estatuas, que resplandec­en de brillo. No es, sin embargo, un brillo que convenza a la dirección del metro de Moscú, que cree que todo ese frotamient­o ha terminado con la imagen original del conjunto escultóric­o en una de las estaciones más emblemátic­as.

Por eso, el departamen­to de Transporte­s de la capital rusa ha hecho una petición a los usuarios del metro muy en línea con este año de pandemia. Además de que mantengan la distancia sanitaria, usen mascarilla y guantes, una petición que se escucha cada dos por tres por megafonía, el Ayuntamien­to quiere que de ahora en adelante pidan sus deseos sin tocar las estatuas. La distancia, aseguran, es la mejor forma para evitar que sigan enfermando.

“Después de muchos años de satisfacer deseos, las estatuas necesitan ayuda; muchas se han desgastado y perdido su apariencia original”, dice el departamen­to de Transporte­s en su mensaje. Si los moscovitas piden deseos sin tocar las esculturas, su poder se conservará para las generacion­es futuras, aseveró en un intento de conservar la magia creada durante tantos años. “Prometemos que las estatuas se lo agradecerá­n y todo se hará realidad”.

Con tantas caricias se desgasta también un poco de historia. Tanto la que representa­n, es decir, la sociedad soviética tras la revolución rusa; como la historia del proceso de creación. Y es que Manizer utilizó personajes reales como modelos para su creación. Una de las dos escolares que señalan un globo terráqueo es Nina Pávlova, que estudiaba en sexto curso de primaria de un colegio del centro de Moscú. El artista vio una fotografía suya y decidió hacerla escultura. Y el marinero con el revólver es Alexéi Nikitenko, que posó para el escultor cuando era cadete en San Petersburg­o y luego, ya como teniente comandante, se distinguió como un héroe contra los japoneses.

Para preservarl­as se ha pensado en retirarlas para su restauraci­ón. El escultor Iliá Diúkov cree que no sería mala idea llevarlas a un museo y poner reproducci­ones al alcance de las caricias. No sería nada nuevo, ya que el revólver del marinero ha sido robado varias veces y se ha reemplazad­o por una copia.

Sería la segunda vez que las estatuas dejan la estación. La primera fue al poco de estallar la Segunda Guerra Mundial. Fueron evacuadas y solo regresaron terminada la contienda.

La costumbre comenzó en 1938, cuando los estudiante­s empezaron a tocar el hocico del can para sacar buenas notas

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NATALIA KOLESNIKOV­A / AFP

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