La Vanguardia

El último esfuerzo

- Màrius Carol

Hasta el siglo XIX, las epidemias, como los terremotos, se considerab­an castigos de Dios. Daniel Defoe relató en su Diario del año de la peste, crónica de la epidemia que asoló Londres entre 1664 y 1666, que “podía escucharse a la gente pasar por las calles, implorando a Dios clemencia, diciendo: ‘He sido un ladrón, he sido un adúltero, he sido un asesino’ y cosas similares”. La cifra de muertos en la ciudad se calculó en 70.000 de sus 460.000 habitantes. Fue tiempo después, en la misma capital, donde empezó a tomar cuerpo la teoría de los gérmenes, aunque a la gente le costó aceptarlo.

Un médico llamado John Snow resultó ser quien descubrió en 1854 que el brote de cólera que volvía a causar la desesperac­ión en Londres no tenía su origen en el hedor del Támesis, sino en una bomba de agua que abastecía principalm­ente un barrio de la ciudad. Lo consiguió situando en un mapa los casos y de esta forma se dio cuenta de que era el agua y no el aire la causa de los males. Dice la profesora Laura Spinney que “la teoría de los gérmenes también

Bernard Shaw advirtió que las epidemias han influido más que los gobiernos en la historia

tuvo repercusio­nes profundas en la noción del compromiso personal con las enfermedad­es”.

Ya no estamos en tiempos en que podamos traspasar la responsabi­lidad a la Providenci­a, sino que tenemos que asumirla como ciudadanos. No basta con trasladarl­a a los políticos y los científico­s. Los sociólogos advierten que la confusión sobre las propias medidas que aconsejan los científico­s –algunas son incluso contradict­orias con las que recomendab­an hace unos meses– resulta un factor que mina su cumplimien­to, porque se perciben como incongruen­tes o injustas. Esos atajos mentales, después de meses de presión por confinamie­ntos domiciliar­ios o territoria­les junto con limitacion­es a nuestras libertades, pueden hacernos bajar la guardia cuando se acerca la batalla final contra la enfermedad, con la vacunación a las puertas. Las cifras de las últimas horas son una advertenci­a en toda regla. El actual debate de las Navidades, donde los gobernante­s reciben la presión de los ciudadanos para relajar restriccio­nes, empieza a ser un desatino. Si los expertos aconsejan ser muy estrictos y la Comisión Europea nos advierte del peligro que tenemos por delante, habrá que apelar a la responsabi­lidad individual, pero deberán darse instruccio­nes claras, sin concesione­s a la galería. Bernard Shaw escribió que las epidemias han tenido más influencia que los gobiernos en el devenir de la historia, así que mejor no hacernos un lío con el presente.

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