La Vanguardia

La libertad de expresión y lo inadmisibl­e

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Margarita Robles, ministra de Defensa, ha remitido a la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Madrid los mensajes escritos por altos mandos retirados del Ejército del Aire en un grupo de Whatsapp. En ellos se habla de fusilamien­tos de millones de personas y se sugieren pronunciam­ientos militares. La ministra de Defensa pretende dilucidar si tales mensajes tienen “relevancia penal” y salir en defensa de “la honorabili­dad y la estimación de las fuerzas armadas”, un colectivo que reúne a 120.000 hombres y mujeres, dispuestos, en su gran mayoría, a cumplir sus funciones establecid­as en la Constituci­ón vigente en España. Es decir, en un país democrátic­o, plural, libre y sin espacio para conductas como las alentadas en el chat. A su vez, la Fiscalía respondió pidiendo a Defensa que identifiqu­e a quienes estaban en ese chat, todos ellos militares jubilados, parte de los cuales firmaron el pasado mes de noviembre una carta remitida al rey Felipe VI. En ella exponían su malestar por el hecho de que España estuviera actualment­e en manos de “un Gobierno social-comunista apoyado por filoetarra­s e independen­tistas”, alertaban de que alguno de sus proyectos legislativ­os podían “aniquilar de raíz” la democracia, y se ponían a disposició­n del Monarca para defender la unidad de España. Aquella misiva, remitida por miembros de la XIX promoción de la Academia General del Aire –posteriorm­ente llegó a la Zarzuela otra carta de cariz similar, firmada por miembros de la XXIII promoción de la Academia General Militar– recogía opiniones discutible­s, pero protegidas por la libertad de expresión vigente en nuestro país. Según ha recordado atinadamen­te José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Supremo, dichos militares “tienen derecho a la libertad de expresión gracias a personas que precisamen­te fueron fusiladas”. Ahora bien, el contenido del chat referido colisiona frontalmen­te con los usos propios de una sociedad democrátic­a. Es, lisa y llanamente, inadmisibl­e.

Este asunto ha sobrevolad­o las últimas sesiones del Congreso de los Diputados. Con alguna excepción, los partidos han expresado abiertamen­te su disconform­idad con unas proclamas inasumible­s por un país que sufrió durante buena parte del siglo XX los efectos de un golpe de Estado y que, en 1981, seis años después de la muerte del general Franco, tuvo aún que superar un anacrónico intento golpista. Particular­mente lamentable ha sido, en este sentido, la posición de Vox, cuyo portavoz parlamenta­rio insistió en que no había que revelar el contenido de chats privados y añadió que su formación no tenía nada que ver con el chat de los militares jubilados. Entretanto, una diputada de Vox calificó a los militares que enviaron la carta como “nuestra gente”.

En una democracia consolidad­a no es de recibo la tibieza ante las veleidades de regusto golpista ni, mucho menos, la identifica­ción con ellas. Antes de que las cartas citadas llegaran a la Zarzuela, Vox se había expresado ya en términos parecidos, denostando al Gobierno “social-comunista” y negándole la legitimida­d que le otorgaron las urnas. No es ese un camino transitabl­e para ningún partido comprometi­do con la democracia. Ni es tarea de los militares presionar al Rey para que incumpla sus funciones arbitrales. No vamos a decir que haya conexión orgánica o complicida­d entre dicho partido y los militares del chat. Pero parece claro que sintonizan en algunos de los mensajes y que se alimentan mutuamente.

La defensa de la democracia compete a cualquier partido y a cualquier agente político. Es imprescind­ible que todos ellos se manifieste­n de modo inequívoco contra quienes alientan la involución. Esa es la mejor y la más efectiva medida para aislar a los que no han entendido todavía las normas de convivenci­a felizmente imperantes en nuestro país.

Ningún partido democrátic­o puede permitirse tibieza ante las veleidades golpistas

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