La Vanguardia

Devolvedno­s al señor Mariano

- Carlos Zanón

El señor Mariano era alguien respetado en casa. Era querido por mi yaya, por mi padre primero y por mi madre después. Era tan importante para nosotros que cuando, fruto de una fusión, lo trasladaro­n de oficina bancaria, mis padres solicitaro­n el cambio de oficina. El señor Mariano lucía siempre jerséis con rombos de Marga Confeccion­es. Gafas a media nariz, ni guapo ni feo ni alto ni bajo. A mi yaya, a mi padre primero y a mi madre después no les importaba hacer cola o esperar que volviera de desayunar el señor Mariano con tal de que fuera él quien les atendiera. Porque él conocía sus nombres, les preguntaba cómo iba el trabajo o si creían que fuera a llover. Se dejaba robar bolígrafos, daba efectivo sin regañar, se tomaba su tiempo buscando ese recibo de gas duplicado. Y a mi yaya, a mi padre y a mi madre después les tranquiliz­aba ese sonido de actualizar la cartilla de ahorros. Esa música que hubieran reconocido en cualquier sitio y circunstan­cia. Qué tranquilid­ad que giren recibos, qué paz tener dinero para pagarlos.

El otro día el señor Mariano no estaba en su sitio. En su lugar estaba un chico más joven y resuelto. Llevaba chaqueta y camisa compradas online durante esta pandemia. El señor Mariano ya no trabaja allí. ¿Se ha jubilado? ¿Otro traslado? Su substituto no sabía muy bien qué decirle y, de hecho, no le dijo nada más. Mi madre le indicó que pusiera al día la cartilla, que abonara un recibo. Necesitaba efectivo también. El substituto del señor Mariano le dijo que esas no eran horas de pagar recibos. Le dio una tarjeta y la acompañó hasta el cajero. Con un suspiro levantó y bajó su flequillo mientras le decía a los 83 años de mi madre que tenía que pulsar esta tecla e introducir la tarjeta, memorizar un número secreto y pedir o no a crédito, decidir si quiere comprobant­e y no se olvide la tarjeta y vigile que no la observen mientras hiciera todo aquello. Mejoras del servicio, banco amigo. Ha de tener internet y le escribió www. en un papel. Bajarse una aplicación a la que enviar un código y luego en la web una contraseña. Tuvo mi madre la sensación de que molestaba y que solo era dinero. Quizás, por eso, no supo explicarle a aquel chico lo que consuela que te llamen por el nombre. La tranquilid­ad de aquel sonido con el que el señor Mariano actualizab­a su vida.

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