La Vanguardia

El mapa que somos

- Clara Sanchis Mira

El recorrido tiene infinidad de posibilida­des. Caminamos así, río arriba, en este mismo lugar del bosque, hace mucho tiempo, no recordamos cuánto. ¿Cómo íbamos vestidos? Ahora el aire es frío y húmedo, el agua desciende cristalina por vericuetos con pequeñas cascadas o laguitos tiernos, y aún quedan hojas rojizas en los robles que se agrupan semidesnud­os, entre pinos altísimos. Dos personas avanzamos por el barro, la hojarasca, rocas o raíces gigantes que levantan la tierra y forman escalones sinuosos que nos ayudan a asegurar algunos pasos. Estos bordes del río descubren una parte de la potencia del universo subterráne­o que actúa bajo nuestros pies, ese sistema radicular, radical, nunca mejor dicho, desconocid­o y más poderoso o elocuente, si cabe, que la parte visible del pino que atraviesa nubes en busca de luz. Hay senderos bien definidos a escasos metros, pero nos gusta avanzar más cerca del agua, para escucharla, aunque en alguna roca inclinada haya que volver al viejo método de las cuatro patas o al modo gusano si hace falta. El sonido del agua nos calma, quizás simpatice con nuestros vasos sanguíneos, ese otro sistema invisible que circula bajo la piel. O nos recuerde la pequeña trucha que fuimos. Pero este terreno abrupto no nos permite levantar la vista de los zapatos sin parar la marcha, esos segundos en que miramos el aleteo de un pájaro que está en su mundo, o las ramas más altas, brazos retorcidos de estos pinos que van a empezar a hablar entre danzas.

A cada paso se nos abre la posibilida­d de un trayecto con múltiples variantes. Las opciones para bordear el río son infinitas y las dos personas avanzamos juntas, como si nos deslizáram­os por un acuerdo que no deja de renovarse. La dirección de cada uno de nuestros pasos se decide en silencio por razones distintas. Tomamos decisiones por miedo a resbalar en una roca musgosa o una raíz endiablada, para esquivar la complicaci­ón de unas zarzas, pero también por el deseo de alcanzar una caricia de sol en la cara, por el gusto de meter la mano en el agua helada o la curiosidad de inspeccion­ar esas setas rarísimas. Nadie piensa en un guiso suicida. Solo caminamos. Sin confesar todavía que hace ya rato que hemos notado que llegamos exactament­e a los mismos puntos que descubrimo­s en este bosque hace mucho tiempo, no recordamos cuánto. Como atrapados en un mapa inconscien­te. El trazo de un recorrido, improvisad­o en apariencia, pero que se repite con la precisión de una mano secreta que dibuja lo que somos.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain