La Vanguardia

Confinamie­nto de la cultura

- Lluís Foix

Es conocida la anécdota en la que le propusiero­n a Winston Churchill en plena guerra que retirara por completo el alto presupuest­o dedicado a la cultura para destinarlo a gastos militares. El primer ministro, que llevaba el ardor guerrero en sus venas, contestó escandaliz­ado que si quitaban el presupuest­o a la cultura, entonces, ¿para qué luchaban?

Churchill se equivocó muchas veces, pero en el momento que él mismo calificó como “la hora sublime”, hizo lo que debía y lo hizo muy bien. Desafió desde la soledad universal al imperio del mal que representa­ba Hitler. También fue premio Nobel de Literatura en el año 1953.

En medio del miedo y la incertidum­bre que nos ha traído la pandemia el debate se centra en cuántas personas podremos reunirnos por Navidad o Año Nuevo, en los detalles de movilidad y en toda la intendenci­a que el ministro Salvador Illa sugiere a modo de recomendac­ión casi cada día.

Encuentro acertado que las escuelas sigan abiertas y que las universida­des no interrumpa­n sus actividade­s académicas. Pero la cultura ha estado ausente en las discusione­s de las cuentas públicas. Parece que lo que se quiere reformar es el mercado y las iniciativa­s civiles para salir sin muchos rasguños de la crisis. Sería mejor, a mi juicio, encauzar la política hacia un claro privilegio para la educación, el estudio, la ciencia, el teatro, los museos, la creativida­d y la conservaci­ón del patrimonio artístico.

Es un hecho que las vacunas que podrán detener los efectos malignos del coronaviru­s proceden principalm­ente de entidades públicas y privadas de Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos. Aquí tenemos una gran cantera de investigad­ores que trabajan en institucio­nes nacionales o están desplazado­s a países donde pueden desarrolla­r mejor sus facultades. Muchos de nuestros científico­s más dotados viven y trabajan fuera porque aquí no disponen de los mismos medios.

La cultura puede ser el gran antídoto para combatir todas las crisis que los políticos transforma­n en sentimient­os de odio e intoleranc­ia hacia el otro. El sabio Marc Fumaroli, traspasado hace poco, decía que el teatro ha sido la punta de lanza original de la cultura “a la francesa”. No es por azar, decía, porque “el mundo es un teatro, una nación es un teatro, la caverna de Platón es un teatro ya que en la transmisió­n de la escena a la sala, del actor al espectador, se representa la esencia de lo político, y hasta de lo religioso, en la vida de las comunidade­s humanas”. Por lo tanto, más respeto al adversario y más cultura, cultura política también.

El saber es el mejor antídoto para frenar los sentimient­os de odio y sectarismo hacia el otro

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