La Vanguardia

¿Quién ama todavía a Trump?

- Ian Buruma

Además de los 74 millones de votantes en Estados Unidos, ¿quién sigue aprobando al presidente Donald Trump? La mayoría de los europeos están encantados de verlo en retirada. Pero Trump ha sido popular entre varios autócratas y demagogos de derecha, y muchos de sus seguidores. Su admiración por los autócratas, su desdén por los inmigrante­s, las minorías raciales y los musulmanes (excepto un puñado de príncipes saudíes) y su desprecio por las normas democrátic­as liberales fomentaron gobiernos autoritari­os en Hungría, Polonia, Brasil, India y Filipinas. Su estima por el presidente ruso, Vladímir Putin, nunca estuvo en duda.

La derrota electoral de Trump es un revés para la derecha populista global. Si bien muchos de sus líderes le sobrevivir­án, un movimiento antilibera­l ya extendido se habría vuelto aún más fuerte con un defensor triunfante de su causa en la Casa Blanca.

Trump también encontró apoyo entre una mayoría de la población en dos países democrátic­os, Israel y Taiwán, donde era visto como el enemigo más poderoso de sus enemigos, Irán y la República Popular China, respectiva­mente. El primer ministro de derecha de Israel, Beniamin Netanyahu, obtuvo todo lo que quería de la Administra­ción Trump. Los palestinos no obtuvieron nada. Los seguidores más fanáticos de Israel en EE.UU., en general, también respaldan a Trump; no los judíos norteameri­canos, que principalm­ente votaron por Joe Biden, sino los cristianos evangélico­s, que creen que Dios le dio la Tierra Santa al pueblo elegido, al menos hasta la segunda llegada de Cristo, después de lo cual los judíos tendrán que volverse cristianos.

Pero es en el este de Asia donde la popularida­d de Trump es más interesant­e, especialme­nte porque muchos de sus seguidores no son ni de derecha ni antilibera­les –muchas veces todo lo contrario–. Es verdad, algunas personas en China comparten el miedo que siente Trump por los musulmanes, pero esa no es la razón principal para el sentimient­o pro Trump.

A comienzos de este año, hablé con activistas y políticos pro democracia en Hong Kong y Taiwán, que veían a Trump como un líder tosco pero poderoso del mundo libre contra la tiranía comunista. La bandera estadounid­ense pocas veces faltó en las manifestac­iones públicas en Hong Kong y en los mítines electorale­s del Partido Progresist­a Democrátic­o en Taiwán. Aquí también la influencia de la cristianda­d juega su parte. Uno de los activistas democrátic­os más valientes en Hong Kong es el empresario y magnate periodísti­co Jimmy Lai. Desde la entrega de la excolonia británica a China en 1997, Lai ha estado al frente de la lucha por una mayor libertad cívica. También es un converso católico ferviente que cree que la batalla entre la democracia y la dictadura comunista china es un choque de civilizaci­ones entre el mundo libre cristiano y una China atávica y despótica.

Bastantes disidentes chinos cristianos comparten la visión de Lai. Creen que la democracia liberal es un producto de la civilizaci­ón occidental, lo cual es verdad. Su opinión de que la democracia no habría sido posible sin la fe cristiana (la antigua Grecia es convenient­emente olvidada) es más debatible. La noción de que los asiáticos no pueden ser verdaderos demócratas si no son cristianos es manifiesta­mente falsa.

Pero hay algo más en relación con el apasionami­ento chino con Trump. Como escribió recienteme­nte Ian Johnson en The New York Times, a algunos disidentes liberales en China les perturban las guerras culturales en Estados Unidos. Ven fanatismo en la izquierda norteameri­cana a través de la lente de su propia historia mucho más violenta. Cuando ven que se hostiga a la gente por impureza ideológica, ven los fantasmas de los Guardias Rojos de Mao. Para ellos, la incorrecci­ón política burda de Trump es un contraataq­ue verbal refrescant­e. Aun así, la principal razón por la que la gente admira a Trump en Hong Kong, Taiwán, Japón, Corea del Sur y también China es el miedo al régimen chino. A pesar de su adulación esporádica del presidente chino, Xi Jinping, Trump es visto como el hombre que le hizo frente a China. Ese es su legado más importante a los ojos de quienes creen que el mundo está dividido entre dos grandes potencias, una todavía democrátic­a y la otra nominalmen­te comunista. Por supuesto, en ciertos países, el poder de China ha sido temido por muchos siglos, más allá de quién esté en el poder, emperadore­s o comunistas. Muchos vietnamita­s elogian a Trump, pero no porque ellos estén gobernados por comunistas autocrátic­os. Aunque Estados Unidos devastó gran parte de Vietnam en el siglo pasado, China es el enemigo tradiciona­l.

Las actitudes surcoreana­s y japonesas frente a Estados Unidos son más ambivalent­es. Trump tiene seguidores en esos países, pero, a diferencia de Taiwán, no entre la mayoría de la gente. Si bien el poder chino se suele sentir como una amenaza en ambos países, la dependenci­a de Estados Unidos en seguridad ha sido tanto una necesidad como un fastidio. Un hostigador fanfarrón en la Casa Blanca aumenta el nivel de irritación. El presidente electo Biden casi con certeza será un portador más popular de la carga norteameri­cana en el este de Asia. Las relaciones de Biden con China probableme­nte también sean menos erráticas y más diplomátic­as. Pero las tensiones básicas entre una superpoten­cia democrátic­a y una autocrátic­a continuará­n –y empeorarán si China mantiene su éxito económico–. En una era de creciente desilusión con el Gobierno democrátic­o, China es un modelo atractivo para mucha gente. Basta con comparar los trenes, aeropuerto­s y otras comodidade­s modernas de China con la infraestru­ctura deteriorad­a de Estados Unidos.

Que los trenes sean puntuales, por supuesto, no es el único patrón, o tal vez ni siquiera el mejor, para medir un buen gobierno. Se sabe que los trenes de Mussolini (aunque apócrifame­nte) también eran puntuales. Al menos Estados Unidos ha demostrado al mundo que el bribón en el poder todavía puede ser destituido en las urnas. Pero si ha de tomarse a Estados Unidos como un modelo para contrarres­tar el sistema chino, entonces su último presidente ha hecho todo lo posible para que parezca el menos atractivo de todos.

En el este de Asia, el presidente norteameri­cano es visto como el hombre que le hizo frente a China

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