La Vanguardia

Un cuento de tres hermanas

- Laura Freixas

Un todoterren­o avanza por una carreterit­a serpentean­te, entre enormes montañas rocosas, desérticas, amenazador­as. En el asiento de atrás, una adolescent­e, casi niña, llorosa. Cuando llegan a una aldea –un puñado de casas, muy pobres, de piedra–, se apean la niña y un hombre. Se nota que él es rico, de ciudad, y ella pobre y de pueblo. Otro hombre les está esperando: es el padre de la adolescent­e; nos enteramos de que ella había ido a trabajar a la ciudad, pero ha perdido su empleo al morir el niño al que cuidaba. Ahora vuelve a casa, a vivir otra vez con su padre –la madre murió– y sus dos hermanas mayores, que también han regresado a la aldea, en Anatolia, tras trabajar en la ciudad como criadas. A partir de ahí, y sin alterar la apariencia tranquila y hasta adormilada de la vida rural, pasan cosas terribles.

Que la película se llame Un cuento de tres

hermanas tiene un motivo obvio –son tres hermanas las protagonis­tas–, pero es también una referencia literaria. Esa vida que parece plácida, pero en cuyo interior bulle una angustia contenida; esas esperanzas truncadas, ese cerco que se va cerrando sobre los protagonis­tas, ese comprender amargament­e que la última oportunida­d está perdida... todo evoca Tres hermanas, la obra de Chéjov estrenada en 1901. O Tío Vania ,o El

jardín de los cerezos. Con su trama de caciques, tontos del pueblo, hijas sumisas, transgresi­ones sexuales, secretos turbios, violencia contenida que estalla..., la película de Emin Alper que está ahora en cartelera también hace pensar en otras obras: Los santos

inocentes de Delibes, Las hijas del difunto coronel de Katherine Mansfield, Solitud de Víctor Català... Pero, sobre todo, es como una versión turca y pobre de esa agonía de la aristocrac­ia rusa que Chéjov llevó a las tablas.

¿Por qué he nacido cuando nací y no en cualquier otro momento, y por qué en tal lugar, no en cualquier otro?, se preguntaba, o le preguntaba a Dios, Blaise Pascal en sus meditacion­es. Ahora que desde hace varios meses se ha vuelto tan difícil o imposible hacer escapadas, viajar, cambiar de aires... qué bien entendemos la angustia de esas tres hermanas turcas. Ellas sueñan, comprensib­lemente, con una vida urbana; nosotras y nosotros, urbanitas, soñamos con dejar atrás por una temporada la ciudad, y perdernos, por ejemplo, entre las majestuosa­s montañas de Anatolia.

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