La Vanguardia

Los niños errantes de Mauritania

Miles de ‘niños sombra’ llegan desde países subsaharia­nos a Mauritania en busca de trabajo o educación religiosa, huyendo de la violencia en sus países; el 10% quiere seguir hasta Europa

- XAVIER ALDEKOA Nuakchott Enviado especial

Marcharse y escapar forma parte de la valentía Proverbio Wolof

Si hubiera podido, Ibrahima Barrie habría elegido no ser valiente. No pudo: cuando tenía un año su padre murió sin explicació­n, así que la vida se le torció enseguida. Si le hubieran preguntado, con solo 14 años habría preferido no tener que ser aventurero y quedarse en su ciudad de Calaba Town, en Sierra Leona, pese al hambre. No haber tenido que emprender un viaje de ocho días, sin dinero y por tres países distintos, para estudiar en una escuela coránica en Nuakchott. Si alguien le hubiera dado elección, Ibrahima habría preferido ser solo un niño.

“Cuando me fui de Sierra Leona tuve miedo porque nunca había viajado. Ahora la vida es difícil, me gustaría volver a ver a mi madre”. Ibrahima es uno de los miles de

niños sombra de Mauritania. Entre 25.000 y 30.000 menores migrantes no acompañado­s viven en la calle o en escuelas coránicas del país, el mayor punto de tránsito del oeste africano hacia las Canarias. Durante el día es habitual verles vagar en grupo por las calles de la capital, algunos con latas en la mano para pedir limosna o alimentos. Por la noche es más difícil encontrarl­os. Si no duermen en el suelo de la madraza, la escuela coránica, junto a decenas de compañeros talibés, o en uno de los pocos centros de acogida disponible­s, buscan una esquina apartada. Según un estudio sobre menores en movilidad, los niños errantes llegan desde países subsaharia­nos a Mauritania en busca de trabajo, de educación religiosa, huyendo de la violencia en sus países o con la intención de continuar: uno de cada diez aspira a llegar a Europa.

Quien visitó cien pueblos vale más que quien leyó cien libros Proverbio Soninké

Para el mauritano Tijane Ba, de Save the Children, el fenómeno de los niños migrantes de Mauritania tiene que ver con la pobreza y la falta de oportunida­des, pero también con la historia de los pueblos de la región. “La migración ha formado parte de la mentalidad de estos pueblos durante siglos. Desplazars­e, la vida nómada, está en la raíz de las costumbres autóctonas como una forma de adquirir conocimien­to”.

Pese a la tradición, Mauritania no es el mejor lugar para un niño solo. Territorio bisagra entre los pueblos magrebíes y subsaharia­nos, e histórico cruce de intercambi­os comerciale­s, humanos y religiosos, el país es también un centro de operacione­s de las mafias de migrantes hacia Canarias y un lugar de tránsito de la cocaína que llega desde América del Sur y el hachís de Marruecos, además de tener en las ciudades de Zouerate y Nuadibú el eje del tráfico de cigarrillo­s y armas hacia el desierto. El cóctel deja a miles de menores indefensos. Según Zeina Mohammed, directora del Cepis de la capital (centro público de protección y de integració­n social de la infancia) durante su etapa como niños

sombra el riesgo se dispara. “La mayoría son explotados, obligados a hacer trabajo infantil en talleres o como servicio doméstico. Muchos viven en la calle, sufren abusos sede xuales, maltratos o deficienci­as en la alimentaci­ón o la salud”.

Para Ibrahima migrar no fue una elección, fue una huida. Como su madre, sin empleo y agricultor­a, no podía alimentar a sus seis hijos aceptó que él emprendier­a un viaje para convertirs­e en almodou, como se conoce a los niños enviados por sus familias a estudiar el Corán en el extranjero. No le ha ido bien. Aunque ha aprendido a escribir en la madraza y asegura que su maestro trataba bien a los cien alumnos, la mayoría senegalese­s, guineanos y zonas rurales mauritanas, pide por favor que le ayuden a volver a su casa. “Oigo a algunos chicos de la calle que quieren ir a España porque allí hay dinero y quieren subirse a un cayuco. Todos hablan bien de aquello, pero yo no puedo más, quiero ver a mi madre”.

Desde hace unos meses, Ibrahima vive en un centro de acogida público con una falta de medios apabullant­e. Por culpa de la pandemia, aseguran desde la dirección, se acabaron las donaciones y cada niño apenas recibe cinco kilos de arroz, dos litros de aceite y tres sardinas cada 15 días. Al menos, dice Ibrahima, le dejan dormir bajo techo.

El polvo en los pies vale más que el polvo sobre los hombros Proverbio Peul

Ibrahima habla en lengua criolla con una pausa helada, como si al relatar su historia contara algo ajeno, que le hubiera pasado a otro. Solo al hablar del futuro supuran sus heridas. Dice que de mayor quiere ser político. “Es mi sueño. Así podría ayudar a la gente para que no sufriera. Yo sé lo que es. Perdí a mi padre y he tenido una vida miserable”.

Como para mucho pueblos de la región, para el suyo, los fula, el viaje también es una demostraci­ón de valentía. Pero él, que lo ha probado, dice que no tiene nada que ver con el valor. “Para los fula viajar está bien, pero yo creo que no siempre está bien. Es mejor estar a salvo que arriesgar tu vida”.

Si hubiera podido, Ibrahima habría escogido no ser valiente.

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XAVIER ALDEKOA Ibrahima Barrie, uno de los miles de niños sombra de Mauritania
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