Un pintor de los de siempre
JOSEP SERRA LLIMONA (1937-2020) Pintor
Hay artistas que necesitan explorar territorios ignotos como los hay a quienes basta sumarse a los ricos afluentes de la tradición, remansarse en sus aguas, disolviéndose en ellas sin dejar de ser ellos mismos. Son artistas que no protagonizan ninguna alteración de las reglas del juego y sin embargo logran una holgada forma de plenitud. Es en los amplios márgenes de una tradición permanentemente revisitada que buscan ser ellos mismos sin necesidad de romper un solo plato. Este es el caso de Josep Serra Llimona, que nos dejó antes de ayer tras una trayectoria de más de medio siglo vinculada a la Sala Parés que estos últimos años se había visto interrumpida por los efectos del párkinson.
Aparentemente, Serra Llimona encarnaba el anti-artista: alejado de todo gusto por el despropósito o la gesticulación, alérgico a cualquier tentación discursiva y provisto tan sólo de su oficio, es el ejemplo perfecto de creador que se borra detrás de su obra. El suyo era un pensamiento interior, aplicado y dúctil, poco amante de proclamas y dogmatismos. Interiorizó uno de los capítulos más convulsos de la historia del arte -el comprendido entre el impresionismo y el cubismo, cuando la forma se plasma con creciente voracidad hasta su deconstrucción-, pero justamente lo hizo para encontrar los fundamentos de su arte y ejercerlo con plena libertad y conciencia.
Es partiendo de estas premisas que construyó una obra de crecimiento constante: el tipo de obra que se acaba imponiendo por sí misma, sin necesidad de forzar nada, atenta sólo a las leyes del paso del tiempo y su efecto en nosotros. Una obra que habla por sí misma: cada cuadro suele convencernos de su razón de ser por obra y gracia de un oficio tremendamente depurado, pero a la vez por el tipo de relación empática que propone con todos y cada uno de sus motivos.
Aquí radica una de sus principales fortalezas: la ilusión de cazar la realidad en sus múltiples y fugaces apariencias puede empezar siendo un don, pero es necesario que acabe convirtiéndose en una conquista. Desde este punto de vista, Serra Llimona ha sido uno de los pintores catalanes del último medio siglo que más se esforzó en conquistar el derecho a la mirada -a una mirada franca y receptiva, limpia y sencilla, curiosa y siempre vibrante de un lirismo contenido-, y a fe que lo consiguió: la serena pasión con la que se entregó a la práctica de su arte hasta que las fuerzas se lo permitieron explican el porqué.
En resumen, si su obra interesó y sedujo a tantos y tantos visitantes de la Sala Parés fue porque era tan sabio como generoso. Para Serra Llimona, la pintura fue ante todo un instrumento de celebración cotidiana, y cada cuadro una forma de agradecimiento a la vida que tanto supo tentarlo y provocarlo, desde su ciudad de Barcelona hasta la isla de Menorca -su paraíso particular-, pasando por todos los países donde pintó dibujos, acuarelas o aceites. A sus familiares y amigos nos deja muy huérfanos, pero seguro que en sus cuadros siempre resonará la luminosidad de su mirada y la fina ironía con la que solía mirar el mundo.