La Vanguardia

Salvémonos nosotros

- Susana Quadrado

Yllegó la madre de todas las burbujas de mi familia y zanjó por fin el largo debate en nuestro grupo de Whatsapp.

–Esta Navidad no haremos nada juntos. Es lo mejor para todos. Todos.

Bonito y solidario concepto. Antes, la conversaci­ón en el chat familiar había entrado en un bucle mientras esperábamo­s si los políticos se decantaban por abrir los perímetros del todo, en parte, por horas, solo los festivos o cuando las ranas críen pelo y usted lo vea. Al final salió la sentencia: barra libre desde el 23 de diciembre al 6 de enero (Illa, dixit) o, caso de Catalunya, solo los “días señalados” (Vergés, dixit).

Con todo el dolor del mundo, me consta, la matriarca del clan tomó la única decisión razonable. “Cada uno en su casa”. El mensaje fue leído por la descendenc­ia como palabra de Dios(a), también muy a nuestro pesar. No es que los de la familia seamos de misa: más bien lo contrario, cero fervor religioso. Pasa que el día de Navidad, como podría ser cualquier otro, es el único de los 365 en que las burbujas nos podemos juntar, superando límites nacionales e internacio­nales allende los mares. ¿Entrañable? Pues depende de los años y... de los cuñados.

Más de dos y de tres del grupo ya habíamos explorado las opciones de viaje. Al cuerno los numerus clausus y las burbujas, solo las del cava. Fue servidora la primera en levantar la mano al grito de “¡eh, familia, que al final nos dejan salir!”. Y el chat enloqueció. Íbamos a ser mogollón, más de 10, sí. Y de seis burbujas distintas, sí. Pero qué diablos, ¡es Navidad! Además, ¿quién nos iba a controlar si no hay nadie que controle nada? Pensé que, ante la menor punzada de mala conciencia, nos hacíamos un test y caminito a Belén, pastores. Habló la jefa y callamos el resto. Afortunada­mente.

Deberíamos empezar a sustituir el salvemos la Navidad (en cualquier significad­o que le dé cada cual) por el salvémonos nosotros, los unos a los otros. Cobra especial sentido el autocontro­l cuando los gobernante­s no hacen más que confundirn­os. Una no alcanza a comprender cómo en Catalunya, por ejemplo, se frena la desescalad­a en el tramo 1 pero a la vez nos sueltan por razón de calendario navideño. ¿Acaso no era imperativo reducir la interacció­n social? Las autoridade­s quieren minimizar el riesgo de contagio, estupendo, pero para ello plantean restriccio­nes que no pueden hacer cumplir. Eso sí, no dejan de pedir correspons­abilidad a la ciudadanía, en parte para descargars­e ellos de la suya si la situación se les va de las manos.

Así las cosas, permítanme que desconfíe de la flexibilid­ad del plan de Navidad de nuestros gobiernos. Creo que puede resultar un coladero y tener una consecuenc­ia terrible: una tercera ola en una empinada cuesta de enero.

Después de este año nefasto, hay hambre de viajar, de abrazarse, de fiesta. Hay ganas de la vieja normalidad. Y ahí están los que han adquirido la costumbre de pasárselo todo por el arco de triunfo, junto a gente generalmen­te disciplina­da que hemos contemplad­o salir del carril.

Encima se nos cuela el allegado como animal de compañía. ¿Allegado es un amigo, un colega, una pareja, una cita, un vecino? Sin duda, es una categoría de la actualidad tan abstracta como la del experto, pero digno de un cubierto en la mesa de Navidad. Un cubierto con el que seguir reventando las burbujas.

El imperativo de reducir al máximo la interacció­n social contradice el plan de Navidad, un coladero

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