La Vanguardia

Los líderes y la ruleta rusa

- Antoni Puigverd

Conversaci­ón con un amigo por Whatsapp. Después de las habituales lamentacio­nes, acabamos hablando de Merkel. Él dice que la añora, yo iba a contestar que también, pero pienso: ¿cómo podemos añorar una Merkel, si nunca la hemos tenido?

Años atrás, contamos, sí, con líderes de temperamen­to: Suárez, Pujol, González, Aznar. Suárez se la jugó a pecho descubiert­o. Sin partido (UCD era un conglomera­do), con una bandera ideológica borrosa, supo entender el momento histórico que le tocaba en suerte y lo encarnó con generosida­d (tal vez, sin clara conscienci­a de lo que hacía). Javier Cercas subrayó en Anatomía de un instante el coraje de Suárez en el momento en que los guardias de Tejero disparaban en el Congreso. No se rindió. Tal coraje reflejaba un liderazgo intrépido y heroico. Políticame­nte, murió pronto. Los héroes, como Alejandro Magno, mueren jóvenes; lo recuerda J.V. Foix al final de un bello soneto: “I caure als trenta-tres, com Alexandre!”.

Pujol, torturado y encarcelad­o por el franquismo, también afrontó sin miedo el principal ataque que recibió cuando era presidente: el caso Banca Catalana. Un caso que cimentó la época que estamos viviendo en muchos sentidos. Jordi Amat dedica páginas memorables a este caso en su ensayo sobre Alfons Quintà (una biografía que se lee como una novela a la vez histórica y psicológic­a, y que se convertirá en el libro de estas fiestas). La corriente de efervescen­cia nacional que, con los instrument­os de poder de la Generalita­t, Pujol impulsó para impedir que le exigieran responsabi­lidad judicial en ese turbio asunto bancario, fue el primer paso del nacionalis­mo catalán hacia el populismo: no de otra manera puede describirs­e la identifica­ción entre el pueblo catalán y un líder supuestame­nte perseguido.

En los últimos años, hemos vivido intensas reproducci­ones de aquella jugada de Pujol. Debido al uso arbitrario de mecanismos coercitivo­s por parte del aparato del Estado, la confrontac­ión de los líderes del procés ha desembocad­o en una experienci­a de división y desolación en Catalunya. Ahora bien: en el corazón de los independen­tistas, las desgraciad­as vivencias de estos líderes se identifica­n con el desgraciad­o destino de Catalunya. Esta identifica­ción entre el todo (Catalunya) y la parte (los dirigentes) hace imposible el discernimi­ento. Ni ayer los electores de Pujol, ni hoy los seguidores del procés han podido pedir explicacio­nes por los errores a sus respectivo­s dirigentes. Esta confusión entre líder y pueblo es desastrosa. Por rico que sea un país, si entra en el pantano del populismo, ya puede dar por segura su decadencia. Véase, si no, Argentina, antaño tan próspera: atrapada en el barro del peronismo.

González también exhibió detalles populistas. En especial, cuando, de manera arbitraria, pasó del izquierdis­mo retórico de los setenta al pragmatism­o chino: lo importante no era la ideología sino la modernizac­ión de España. El giro pragmático no era populista, al contrario, pero sí la manera de proponerlo. Al exigir a sus votantes confianza ciega a pesar del cambio de rumbo, Felipe dejó de ser un dirigente para convertirs­e en un profeta. El referéndum de la OTAN fue la quintaesen­cia de aquel giro populista, que explica las deformacio­nes de su proyecto: de los GAL a la corrupción.

Frío y huraño, Aznar es el menos carismátic­o de los líderes de la España democrátic­a. Pero ha sido el más determinan­te. Oponiéndos­e al consenso que había caracteriz­ado la transición, anticipó la polarizaci­ón actual: introdujo la estrategia amigoenemi­go e impulsó la lógica neouniform­ista, que cuestiona de facto el título VIII de la Constituci­ón. Para ello, se sirvió de un procedimie­nto populista: instrument­alizar las emociones de la lucha contra ETA. En aquel contexto emocional, Aznar hizo posible, como ha hecho Trump antes de marcharse, un sesgo uniformist­a en la alta judicatura.

La suma de victimismo pujolista y arrogancia aznariana explica el triste presente. España y Catalunya están condenadas a lamerse las heridas. Ahora que las cifras económicas de Madrid son presentada­s como modelo de excelencia (y al mismo tiempo como reproche a Barcelona), es pertinente recordar que, leídas con detalle, dichas cifras siguen demostrand­o que Madrid, sin la colaboraci­ón productiva de Barcelona y, en general, de la España periférica, está abocada, en el mejor de los casos, a una macrocefal­ia enfermiza.

Merkel habita en las antípodas del populismo. Su preparació­n intelectua­l, la naturalida­d con que se explica, los valores humanístic­os que defiende en oposición a reacciones viscerales de sus votantes, la voluntad de reunir el país entorno, no a ideas abstractas, sino a la realidad material alemana, todas estas virtudes la convierten en una líder envidiable. Ciertament­e: Alemania, que protagoniz­ó durante el siglo XX un viaje al fondo del mal absoluto, tiene ahora una conciencia trágica de su pasado. Nosotros, en cambio, jugamos con el pasado como los jóvenes nihilistas del siglo XIX jugaban, borrachos, a la ruleta rusa.

Después de las habituales lamentacio­nes, acabamos añorando a Merkel

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