La Vanguardia

“La Covid-19 ha roto hábitos y toda nuestra vida es otra”

- MAYTE RIUS

El cóctel de emociones –tristeza, miedo, añoranza, soledad, incertidum­bre...– y el malestar psicológic­o que tantas personas están viviendo como consecuenc­ia de la pandemia del coronaviru­s no obedece únicamente a la distancia social o al déficit de relaciones, sino a que toda nuestra vida es ahora diferente.

“La Covid-19 nos ha cambiado tanto el marco de vida, el marco relacional, nuestras actividade­s, nuestras aficiones, que no podemos diferencia­r cuál de todos estos cambios es el que nos está provocando esas emociones, ya no podemos separar una cosa de otra”, reflexiona la psicóloga Mireia Cabero.

Y continúa: “el malestar no es solo por la distancia social, es que toda nuestra vida es diferente a la de antes, y si la habíamos escogido a conciencia, si nos gustaba la vida que llevábamos, ahora la hemos perdido, la vivimos de forma muy limitada”.

“El problema no es solo no tocarse, es la acumulació­n de renuncias, cómo se han roto los hábitos”, coincide Ingeborg Porcar, la directora de la Unidad de Trauma, Crisis y Conflictos de la UAB. Y pone como ejemplo las numerosas familias en las que los abuelos hacían de canguros, tenían un contacto muy estrecho con los nietos, los veían a diario, los llevaban al colegio, les daban la comida... Y ahora esos niños, sobre todo si son menores de diez años, ven que esas personas han desapareci­do de su día a día, y eso les crea cierta sensación de abandono, no lo entienden.

Y esa misma situación también angustia a los abuelos por no ver crecer a sus nietos, que además ven sacudida toda su rutina diaria y se sienten más solos y aislados.

“El problema no es solo no poder coger o besar al nieto; el problema es no poder recogerlo en el colegio, no poder jugar con él en el parque, o llevarle a sus clases de música...”, ejemplific­a la especialis­ta en traumas. Y añade que, para el niño, el problema tampoco es no tocar al abuelo, “que es algo que incluso los pequeños pueden entender mejor porque es algo físico, sino no poder comer o cenar con él, que no vaya a buscarlo cuando sale del cole, que haya desapareci­do de su vida, eso no lo entienden”.

Porcar cree que el hambre de piel y de relaciones se podría paliar en parte “si pudiéramos cenar juntos aunque no nos pudiéramos tocar, si pudiéramos acompañar a los enfermos en el hospital aunque no pudiéramos besarlos, si nietos y abuelos pudieran jugar juntos...”

En esta línea, el psicólogo comparativ­o y primatólog­o Josep Call explica que “una pandemia, en una especie social, tiene efectos múltiples: no está en juego solo el sobrevivir, sino también el bienestar, y no únicamente el bienestar físico, sino también el mental”.

Por ello considera que los gobernante­s deberían tener una perspectiv­a más global cuando toman sus decisiones respecto a la pandemia, que incluya la visión de los médicos, pero también las cuestiones económicas y el bienestar psíquico. “Encerrar a un grupo social tiene efectos que van más allá de lo que sería el aspecto médico”, indica Call.

EXPLICACIÓ­N

“El problema no es solo no tocarse, es la acumulació­n de renuncias”

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LISEGAGNE / GETTY IMAGES Abuelos saludando a sus nietos por el cristal

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