La Vanguardia

“Nunca me arrepentir­é de la revuelta”, dice una siria torturada

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85% de los desemplead­os.

“El régimen sigue en pie, derrocamos solo su cabeza. No hemos podido impedir que nos robasen la revolución”, lamenta Ben Mhenni, que mete en el mismo saco de ladrones a los restos de la dictadura y a los islamistas. “Pero no nos hemos resignado, seguimos rebelándon­os. La revuelta comenzó hace diez años y continúa hasta hoy. No hay día sin protestas. Está claro que ahora cualquier gobierno lo tiene muy difícil para imponer todos sus deseos sin más”, añade.

A su juicio, el mayor fruto es el cambio en la relación entre ciudadano y gobernante­s, que beneficia también a los más pobres, asegura. “Ya no piensan solo en comer. Entienden que detrás de su situación hay una responsabi­lidad política y que si quieren cambiar las cosas deben exigir sus derechos –dice Ben Mhenni–. Nos hemos hecho ciudadanos, con lo que implica en la relación con el poder y en la noción de uno mismo. Antes ni en familia se hablaba de política, bajábamos la voz hasta para quejarnos del precio del pan. Hoy la gente ha perdido el miedo a expresarse, a criticar. La libertad se palpa”.

Aunque su país ha ido en dirección contraria a la de Túnez, Ahmed Said, cirujano y poeta egipcio exiliado en Berlín, también ve una transforma­ción colectiva, sin marcha atrás. “La revolución ha sido derrotada, pero la gente no la ha olvidado, aún está viva en su corazón, incluso en el de quienes eran niños cuando ocurrió. El terreno es mucho más fértil que en el 2010 para que haya una revuelta. El régimen lo sabe y por eso hay miles de presos políticos. Es su paradoja: quiere que la gente olvide lo que pasó pero cada día se lo recuerda con cada nuevo preso”, dice Said, que pasó un año en la temida prisión de máxima seguridad Escorpión antes de ser amnistiado por la presión internacio­nal.

La revuelta del 2011 fue solo una batalla en una larga guerra, insiste el médico. “Fue un paso muy grande y no deberíamos esperar más de ella, en esas circunstan­cias ya se consiguió mucho”, concluye.

Quizá el terreno parezca calcinado, pero bajo la primavera sigue latente, asegura también Fahmi, que señala la ola de protestas en Sudán, Argelia, Líbano e Irak iniciada a finales del 2019. “Demostró que en la región aún hay fuertes demandas de libertad y justicia, que la gente aún está dispuesta a arriesgar su vida por un cambio político. No hay que ver la primavera árabe como un acontecimi­ento único sino por olas. La primera fue en el 2011, la segunda está ocurriendo ahora y seguirá mientras los problemas estructura­les estén ahí”, sostiene el investigad­or.

Ruham Hawash, sirio-palestina de 33 años, recuerda que antes de Buazizi nunca le había pasado por la cabeza criticar al régimen de El Asad. “Yo era solo una palestina que vivía en Siria, no me metía en política. Pero cuando vi a toda esa gente que salía a la calle, su esperanza, me di cuenta de que no teníamos por qué aceptar la tiranía. Lo que me impactó es que no era gente política ni grandes pensadores, era gente corriente, de todas las edades y condicione­s, y eso me hizo ver lo débiles que eran en realidad nuestros regímenes”.

Sin embargo, la unión de los primeros días se volatilizó y Siria se precipitó en la guerra civil. “Caímos en la trampa del régimen, que puso las divisiones sectarias, religiosas o políticas en nuestras cabezas y olvidamos lo que nos unía, los sueños compartido­s de libertad y justicia”, lamenta Hawash.

El Asad no ha caído, la guerra sigue –suma ya 380.000 muertos– y el territorio está cuarteado entre fuerzas extranjera­s. También ella ha pagado un duro precio. Detenida por el régimen de El Asad y torturada, se exilió en Alemania, donde es parte civil en el juicio de Coblenza, el primero en el mundo contra responsabl­es de las cárceles sirias.

Tanto dolor... ¿valió la pena? Hawash no duda ni una milésima de segundo: “Por supuesto que valió la pena. El país está destruido, mucha sangre ha sido derramada, pero el único culpable es el tirano. Nunca me arrepentir­é de que bajásemos a la calle a protestar. Aunque me haya tenido que exiliar, aunque el barrio donde crecí en Damasco ya no exista, aunque muchos de mis amigos hayan muerto y otros estén en la cárcel, aunque yo misma fuera torturada… No, nunca culparé a la revolución”.

LA ‘PRIMAVERA’ SIGUE VIVA

Las protestas en Sudán, Argelia, Líbano e Irak son una segunda ola, dice Fahmi

UN EXILIADO EGIPCIO

“La revolución ha sido derrotada, pero la gente no la ha olvidado y Al Sisi lo sabe”

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DPA VÍA EUROPA PRESS / EP Un país devastado Dos niños se calientan junto a un fuego en Ariha, en el norte de Siria, donde ha habido duros combates entre el régimen y las fuerzas rebeldes

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