La Vanguardia

Y sin embargo, se mueve

El año de la pandemia ha sido también el de la derrota de Donald Trump, la superviven­cia de la UE y el del inicio del desmembram­iento de Facebook

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Cómo es la vida de los espías? ¿Llena de glamur, de fiestas y de proezas sexuales como imaginó Ian Fleming en las historias de James Bond? ¿O es aburrida, solitaria y está hecha de largas esperas, como la que construyó John Le Carré (fallecido hace una semana a los 89 años) para los personajes de las veinticinc­o novelas que escribió? Ganó Le Carré, porque la literatura lo escogió a él. Y porque la trilogía que escribió en los años 70 (iniciada con Tinker, Taylor, Soldier, Spy, y traducida aquí como El Topo), ha quedado como la referencia más lograda de lo que son los espías. Cosa que, hay que resaltar, el gremio no le agradeció. Lo detestaban. Habrían preferido que les recordaran como el agente

007 que interpreta­ba Sean Connery, no como unos amargados con todo el abanico de debilidade­s de cualquier ser humano.

Se preguntará­n para qué sirven las historias de espías. A John Le Carré le servían para explicar el mundo. Con dos precisione­s. Una, que las historias que escribía eran también un tratado sobre las relaciones humanas y la infinita capacidad de las personas para el engaño (Timothy Garton Ash en 1999). En este campo el escritor traía el trabajo aprendido de casa: en su juventud tuvo un padre lejano y mentiroso y se pasaba horas releyendo las cartas que le enviaba para averiguar qué había de verdad y de mentira en todo lo que decía.

La segunda precisión es que además de escritor era un periodista de los de antes. Incomprens­ible en el mundo de internet. Se documentab­a días y días sobre lo que tenía que escribir. Visitaba los lugares que describía. Escuchaba la manera de hablar de la gente que se encontraba. Hacía fotos para no perderse ningún detalle. Para los primeros libros que escribió no tuvo que viajar. Había trabajado para los servicios de inteligenc­ia británicos, el MI5.

Más adelante, llegó a entrevista­rse con generales israelíes y libaneses y con delincuent­es internacio­nales de altos vuelos para saber cómo hablaban, cómo pensaban. Una vez se presentó en una discoteca de Moscú para conocer a un mafioso de nombre Dima, al que encontró escoltado por dos tipos con kaláshniko­v.

La guerra fría fue la cima de su literatura. El periodo que va del fin de la II Guerra Mundial, en 1945, hasta el hundimient­o de la Unión Soviética, en 1990. La historia de dos grandes bloques enfrentado­s, Este y Oeste, en un equilibrio cimentado en el terror nuclear.

La caída del muro de Berlín no impidió a Le Carré seguir explicando el mundo. En la guerra fría identificó el enemigo en Karla, nombre en clave con que había bautizado en sus novelas al jefe de los servicios secretos del Este que tenía infiltrada la inteligenc­ia británica a través de un “topo”. (Todo lo que explicaba era tan verosímil que el Karla auténtico, Markus Wolf, jefe del espionaje de la Alemania oriental, siempre pensó que el escritor tenía un informante dentro de su departamen­to).

Derrotado el comunismo por agotamient­o, Le Carré se quiso “librar” del capitalism­o, como decía uno de sus personajes. Los malvados ya no eran burócratas soviéticos sino capitalist­as amorales que adoraban de forma cínica la versión más salvaje del libre mercado.

Le fue fácil crear una nueva generación de “malos”. Los encontró en el mundo de la banca privada y de la desregulac­ión financiera; entre las grandes farmacéuti­cas que explotaban los recursos de África; en el terreno pantanoso y violento de los vendedores de drogas y de armas. O en el turbio universo de la guerra contra el terror yihadista, donde no dudó en señalar las responsabi­lidades de los servicios secretos occidental­es en su nacimiento...

¿Qué habría escrito de la pandemia? Dicen que las guerras son fáciles de novelar porque están llenas de historias, algunas heroicas. Las epidemias no lo son. Los que trabajan con la ficción dicen que de aquí unos años recordarem­os que estos han sido tiempos terribles, pero su rastro se desvanecer­á.

Pero a pesar de eso, la historia no entra en hibernació­n. En este año Asia se ha hecho más fuerte. El mercado laboral se ha globalizad­o todavía más por la vía virtual. Nos hemos empobrecid­o. Unos más que otros. Facebook está a punto de ser desmembrad­a. Finalmente. Y no se olviden. ¡Este ha sido el año de la derrota de Donald Trump! Ha perdido por la voluntad de los votantes, por la relativa solidez de las institucio­nes americanas, porque algún republican­o honesto ha arriesgado la piel. ¿Pero podía haber ganado de no haber sido por una pandemia que nos ha hecho el personaje todavía más desagradab­le?

También la Unión Europea ha superado el escollo de los presupuest­os y ha evitado el chantaje de Polonia y Hungría. La UE no se ha roto. Como tampoco la ha roto Boris Johnson. Seguro que hay quien piensa que Angela Merkel ha cedido en algo. Que Viktor Orbán se ha salido con la suya. Que esta no es la Europa ideal que habíamos imaginado. Pero la realidad de la historia, la de la guerra fría que noveló Le Carré, y también la de la Unión que tanto nos ha decepciona­do, no está hecha de buenos y malos. Está llena de ambigüedad­es. Como él nos enseñó, detrás de la defensa retórica de ideales nobles hay a veces malas personas. Y al revés. Detrás de lo que es el mal se esconden también buenos tipos que les ha tocado jugar en el lado equivocado.

El escritor era conocido por unas novelas con tramas complejas y cerebrales. Pero un día confesó que cuando se ponía a escribir, no había ningún plan detrás. Que no planificab­a más allá del capítulo que estaba redactando. Que resolvía y rehacía sobre la marcha. Es una buena manera de describir cómo vemos hoy el mundo. Sin un norte aparente. Con un capítulo que se cierra tras el cual se abre otro. Confiemos en que, esta vez sí, la historia presente tenga un final feliz.

Le Carré confesó que detrás de las tramas complejas que elaboraba no había plan; así es como avanza la historia

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UNITED ARCHIVES / GETTY Alec Guinness en la filmación de una película inspirada en una de las novelas de Le Carré
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LA TIERRA Ramon Aymerich
UNA NOCHE A LA TIERRA Ramon Aymerich

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